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Cultive el arte de la conversación

Cultive el arte de la conversación

¿LE RESULTA difícil conversar? La sola idea de entablar un diálogo, sobre todo con desconocidos, inquieta a numerosas personas. Puede que su timidez las lleve a preguntarse: “¿De qué voy a hablar? ¿Cómo voy a empezar? ¿Qué diré luego?”. Por otro lado, la gente sociable y segura de sí misma tal vez tienda a dominar la conversación. En su caso, el desafío consiste en dejar que los demás se expresen y en aprender a escuchar. Por consiguiente, todos nosotros, seamos tímidos o extrovertidos, debemos cultivar el arte de la conversación.

Empiece en el hogar

Dado que la comunicación edificante contribuye de forma decisiva a la felicidad familiar, ¿por qué no comienza a cultivar en su propia casa sus dotes para la conversación?

Lo principal es interesarse profundamente en los demás (Deu. 6:6, 7; Pro. 4:1-4). Quien demuestra tal interés no solo se expresa, sino que escucha lo que otros desean comunicar. Un segundo factor es tener algo significativo que decir. Si sigue un programa personal de lectura y estudio de la Biblia, no le faltarán ideas de las que hablar. Además, el empleo adecuado del folleto Examinando las Escrituras diariamente fomenta la comunicación. En el transcurso del día tal vez tenga una experiencia agradable en el servicio del campo o lea algo informativo o gracioso. El hábito de incluir estos asuntos en sanas conversaciones en el hogar lo ayudará también a dialogar con quienes no pertenecen al círculo de su familia.

Al conversar con extraños

Aunque mucha gente se muestra reacia a hablar con desconocidos, el amor a Dios y al prójimo impulsa a los testigos de Jehová a poner todo su empeño en aprender a hacerlo, pues desean enseñar las verdades de la Biblia. ¿Qué lo ayudará a mejorar en este campo?

El principio enunciado en Filipenses 2:4 es realmente valioso, pues nos anima a “no vigila[r] con interés personal solo [nuestros] propios asuntos, sino también con interés personal los de los demás”. Veámoslo desde esta óptica: si no conocemos a nuestro interlocutor, él nos considerará unos extraños. ¿Qué podemos hacer para tranquilizarlo? Una sonrisa afectuosa y un saludo amigable serán útiles, pero no bastarán.

Puede que la persona estuviera reflexionando y la hayamos interrumpido. Si no nos interesamos por sus pensamientos y tratamos de que converse sobre los nuestros, ¿responderá bien? ¿Qué hizo Jesús cuando conoció a cierta mujer junto a un pozo en Samaria? Ella estaba pensando en sacar agua, así que Jesús empezó a hablar de ese tema y no tardó en entablar una animada conversación de carácter espiritual (Juan 4:7-26).

Si es observador, es probable que logre hacerse una idea de lo que esté pensando la persona. ¿Parece triste, o feliz? ¿Es de edad avanzada y tal vez esté enferma? ¿Se ve que hay niños en el hogar? ¿Da la impresión de que el amo de casa posee una situación económica holgada, o de que se afana por cubrir las necesidades de la vida? ¿Revelan una inclinación religiosa los adornos de la vivienda o las joyas que la persona luce? Si ya en el saludo toma en consideración estos factores, será más fácil que ella vea que ambos tienen intereses en común.

Si no ve cara a cara al amo de casa, quizá porque solo escuche su voz tras una puerta cerrada con llave, ¿a qué conclusión pudiera llegar? Es posible que el residente viva con miedo. ¿Podría valerse de este hecho para iniciar un diálogo a través de la puerta?

A fin de interesar al interlocutor en la conversación, el visitante puede, en algunos lugares, decirle algo sobre sí mismo, como su origen, por qué fue a verlo, por qué cree en Dios, por qué decidió estudiar la Biblia o cómo esta le ha ayudado (Hech. 26:4-23). Claro, para ello se requiere precaución y no perder de vista el objetivo. Quizá el interlocutor, a su vez, se sienta impulsado a revelar algo sobre sí mismo y sus puntos de vista.

En algunas culturas es costumbre ser hospitalario con los extraños, así que no es raro que se les invite enseguida a pasar y tomar asiento. Si una vez sentados preguntan cortésmente cómo se encuentra la familia y están atentos a la respuesta, a menudo el dueño de la casa dispensará la misma atención a lo que tengan que decirle. Otros pueblos se interesan aún más por las visitas. Durante los saludos preliminares —que pueden ser bastante largos—, la persona tal vez se dé cuenta de que tiene algo en común con usted, y eso propicie una provechosa conversación espiritual.

¿Y si en la zona hay numerosos hablantes de una lengua distinta a la suya? ¿Cómo puede establecer contacto con ellos? Si aprende siquiera un saludo sencillo en algunos de tales idiomas, comprenderán que se interesa por ellos, lo que probablemente abra el camino a una comunicación más amplia.

Cómo proseguir la conversación

Para que la conversación no se detenga, interésese por lo que piensa la persona. Anímela a expresarse si ella lo desea. Las preguntas bien pensadas son muy útiles, sobre todo las de opinión, pues por lo general no se responden con un simple sí o no. Por ejemplo, después de referirse a algún problema que preocupe en la localidad, podría preguntar: “¿A qué cree que se debe esta situación?”, o también: “¿Cuál le parece que sería el remedio?”.

Cuando haga una pregunta, escuche atentamente la respuesta. Evidencie que su interés es sincero con una palabra, una señal de asentimiento u otro gesto. No interrumpa a la persona; más bien, piense con mentalidad abierta en lo que dice. Sea “presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar” (Sant. 1:19). Y cuando usted le responda, demuestre que de veras la estaba escuchando.

Reconozca, no obstante, que no todo el mundo contestará a sus preguntas. Habrá quienes se limitarán a arquear las cejas o sonreír, mientras que otros solo dirán sí o no. En vez de frustrarse, sea paciente y no los obligue a conversar. Si están dispuestos a escuchar, aproveche la ocasión para exponer alguna idea bíblica alentadora. Con el tiempo, tal vez lleguen a verlo como un amigo y se expresen con mayor libertad.

Al hablar con las personas, sea previsor. Si le formulan varias preguntas, conteste algunas, pero reserve una o dos para la próxima vez. Ofrézcase a investigar la respuesta, y luego comuníqueles los resultados. Si su interlocutor no tiene ninguna pregunta, usted podría plantear una que crea interesante para él y concluir la conversación brindándose a responderla en la siguiente visita. Hallará multitud de ideas en el libro Razonamiento a partir de las Escrituras, en el folleto ¿Qué exige Dios de nosotros? y en números recientes de La Atalaya y ¡Despertad!

Con hermanos en la fe

Cuando se encuentra por primera vez con otro testigo de Jehová, ¿trata de conocerlo, o se queda callado? El amor a los hermanos debe infundirnos el deseo de familiarizarnos con ellos (Juan 13:35). ¿Cómo podría romper el hielo? Sencillamente, preséntese e inquiera el nombre de la persona. Preguntar cómo aprendió la verdad suele conducir a una conversación amena que les permitirá conocerse mejor. Aun si usted da la impresión de no expresarse con demasiada fluidez, lo importante es que sus esfuerzos indicarán a su interlocutor que se interesa por él.

¿Cómo puede sostener una conversación significativa con un miembro de la congregación? Muestre interés sincero por la persona y su familia. ¿Acaba de finalizar la reunión? Si repasa algunos aspectos que le hayan parecido útiles, ambos se beneficiarán. Pudiera mencionar un dato de interés de los últimos números de La Atalaya y ¡Despertad!, no para lucirse ni poner a prueba al hermano, sino para contar algo que le ha agradado de modo especial. Otra posibilidad sería conversar sobre alguna asignación que uno de ustedes tenga en la Escuela del Ministerio Teocrático e intercambiar ideas en cuanto a cómo presentarla. O podría relatar experiencias del servicio del campo.

Es evidente que nuestro interés por las personas a menudo nos llevará a hablar de ellas, de lo que dicen y hacen. El humor también puede tener cabida en la conversación. ¿Será edificante lo que digamos? Lo será si tomamos a pecho los consejos de la Palabra de Dios y dejamos que nos impulse el amor cristiano (Pro. 16:27, 28; Efe. 4:25, 29; 5:3, 4; Sant. 1:26).

Antes de participar en el ministerio del campo, nos preparamos. De igual forma, ¿por qué no pensar de antemano en un tema atrayente del que conversar con nuestros amigos? Cuando lea u oiga algo interesante, tome nota de lo que quisiera destacar. Con el tiempo contará con un amplio abanico de ideas y no tendrá que conformarse con hacer comentarios generales de la vida diaria. Pero lo principal es que sus expresiones evidencien cuánto valora la Palabra de Dios (Sal. 139:17).