Bautismo
El término griego bá·pti·sma se refiere al proceso de inmersión, es decir, sumergirse y emerger; se deriva del verbo bá·ptō, “sumergir”. (Jn 13:26.) En la Biblia, “bautismo” e “inmersión” son términos sinónimos, como se muestra en la versión El Nuevo Testamento original (traducción de H. J. Schonfield), en la que se vierte Romanos 6:3, 4 de la siguiente manera: “¿Podéis ignorar que quienes nos hemos vinculado a Cristo por la inmersión hemos quedado así asociados con su muerte? Mediante esta vinculación con él por la inmersión nos hemos sepultado juntamente con él”. (Véanse también ENP; NM; NBE, nota.) La Septuaginta griega usa una palabra derivada de bá·ptō (sumergir) en Éxodo 12:22 y Levítico 4:6. (Véanse notas en NM.) Cuando se sumerge a alguien en agua, está “enterrado” temporalmente, fuera de la vista, y luego se le levanta.
Examinemos cuatro diferentes aspectos del bautismo y algunas cuestiones relacionadas: 1) el bautismo de Juan, 2) el bautismo en agua de Jesús y sus seguidores, 3) el bautismo en Jesucristo y en su muerte y 4) el bautismo de fuego.
El bautismo de Juan. Juan, hijo de Zacarías y Elisabet, fue el primer ser humano a quien Dios autorizó a bautizar en agua. (Lu 1:5-7, 57.) El mismo hecho de que se le conociese como “Juan el Bautista” o “el bautizante” (Mt 3:1; Mr 1:4) indica que el pueblo llegó a tener conocimiento del bautismo o inmersión en agua en especial a través de él. Además, las Escrituras prueban que su ministerio y bautismo provenían de Dios, no de sí mismo. El ángel Gabriel habló proféticamente de sus obras como procedentes de Dios (Lu 1:13-17), y Zacarías, por medio del espíritu santo, anunció que sería un profeta del Altísimo para preparar los caminos de Jehová. (Lu 1:68-79.) Más tarde, Jesús confirmó que el ministerio y el bautismo de Juan procedían de Dios. (Lu 7:26-28.) El discípulo Lucas registra que ‘la declaración de Dios fue a Juan el hijo de Zacarías en el desierto. De modo que entró predicando bautismo’. (Lu 3:2, 3.) El apóstol Juan dice de él: “Se levantó un hombre que fue enviado como representante de Dios: su nombre era Juan”. (Jn 1:6.)
Se puede entender mejor el significado del bautismo de Juan contrastando varias traducciones de Lucas 3:3. Juan vino “predicando bautismo en símbolo de arrepentimiento para perdón de pecados” (NM); “predicando que para recibir el perdón de los pecados era necesario bautizarse como manifestación externa de un arrepentimiento interno” (PNT); “proclamando un bautismo, en señal de arrepentimiento, para el perdón de los pecados” (NBE); “diciendo a la gente que debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados” (VP). Estas formas de verter este pasaje dejan claro que el bautismo no limpiaba los pecados; para que hubiera limpieza de pecados, era necesario arrepentirse y cambiar el derrotero de vida; el bautismo simbolizaba ese proceder.
Así, el bautismo que efectuó Juan no supuso para la persona una limpieza especial de parte de Dios mediante su siervo Juan, sino una demostración pública y símbolo de arrepentimiento de pecados cometidos contra la Ley, la cual tenía que conducirlos a Cristo. (Gál 3:24.) De modo que Juan preparó a un grupo de personas para ‘ver el medio de salvar de Dios’. (Lu 3:6.) Su obra sirvió para “alistar para Jehová un pueblo preparado”. (Lu 1:16, 17.) Isaías y Malaquías habían profetizado esta obra. (Isa 40:3-5; Mal 4:5, 6.)
Algunos eruditos intentan ver antecedentes del bautismo de Juan y del bautismo cristiano en las antiguas ceremonias de purificación de la Ley (Éx 29:4; Le 8:6; 14:8, 31, 32; Heb 9:10, nota) o en acciones individuales. (Gé 35:2; Éx 19:10.) Sin embargo, estos casos no tienen ninguna analogía con el verdadero significado del bautismo, pues eran abluciones para limpieza ceremonial. Solo un caso tiene cierto parecido con la inmersión total de un cuerpo en agua que se efectúa en el bautismo: el de Naamán el leproso, quien se sumergió en el agua siete veces. (2Re 5:14.) No obstante, su acción no le llevó a ninguna relación especial con Dios, solo le curó de la lepra. Además, según las Escrituras, a los prosélitos se les circuncidaba, no se les bautizaba. Para poder participar de la Pascua o de la adoración en el santuario, la persona tenía que circuncidarse. (Éx 12:43-49.)
Tampoco hay ninguna base para afirmar que Juan tomara prestado el bautismo de la secta judía de los esenios o de la de los fariseos. Estas dos sectas tenían muchos requisitos de abluciones periódicas. Pero Jesús dijo que estos eran solo mandatos de hombres que invalidaban el mandamiento de Dios por la tradición propia. (Mr 7:1-9; Lu 11:38-42.) Juan bautizaba en agua porque, como dijo, Dios lo envió para hacerlo. (Jn 1:33.) No lo enviaron los esenios o los fariseos. Su comisión no era hacer prosélitos judíos, sino bautizar a aquellos que ya pertenecían a la congregación judía. (Lu 1:16.)
Juan sabía que con su actividad meramente estaba preparando el camino delante del Mesías, el Hijo de Dios, y que así daría paso al ministerio mucho más importante de este último. Juan bautizaba para que el Mesías fuese puesto de manifiesto a Israel. (Jn 1:31.) Según el registro de Juan 3:26-30, el ministerio del Mesías aumentaría, en tanto que el de Juan tendría que ir menguando. Aquellos a los que bautizaron los discípulos de Jesús durante el ministerio terrestre de su maestro —y que por lo tanto también llegaron a ser discípulos de Jesús—, fueron bautizados en símbolo de arrepentimiento a la manera del bautismo de Juan. (Jn 3:25, 26; 4:1, 2.)
Bautismo de Jesús en agua. El significado y propósito del bautismo de Jesús tuvo que ser completamente diferente del que tenían el resto de los bautismos que Juan efectuó, pues Jesús “no cometió pecado, ni en su boca se halló engaño”. (1Pe 2:22.) Por lo tanto, no podía someterse a un acto que simbolizara arrepentimiento. Debió ser por este motivo por el que Juan no quería bautizar a Jesús, pero él le dijo: “Deja que sea, esta vez, porque de esa manera nos es apropiado llevar a cabo todo lo que es justo”. (Mt 3:13-15.)
Lucas registra que Jesús estaba orando cuando se bautizó. (Lu 3:21.) Además, el escritor de la carta a los Hebreos dice que cuando Jesucristo ‘entró en el mundo’ (no cuando nació, pues no podía decir esas palabras, sino cuando se presentó para el bautismo e inició su ministerio), dijo, según el Salmo 40:6-8 (Versión de los Setenta): “‘Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo[’]. [...] ‘¡Mira! He venido (en el rollo del libro está escrito de mí) para hacer tu voluntad, oh Dios’”. (Heb 10:5-9.) Jesús pertenecía por nacimiento a la nación judía, que estaba en un pacto nacional con Dios, el pacto de la Ley. (Éx 19:5-8; Gál 4:4.) Debido a este hecho, Jesús ya estaba en una relación de pacto con Jehová Dios cuando se presentó a Juan para ser bautizado. Él iba más allá de lo que requería la Ley. Se presentaba él mismo a su Padre Jehová para hacer la “voluntad” de Él, voluntad que consistía en ofrecer su cuerpo “preparado” y así eliminar los sacrificios de animales que se ofrecían por requerimiento de la Ley. El apóstol Pablo comenta: “Por dicha ‘voluntad’ hemos sido santificados mediante el ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre”. (Heb 10:10.) La voluntad del Padre para Jesús también requería que trabajara en favor de los intereses del Reino, y Jesús también se presentó para este servicio. (Lu 4:43; 17:20, 21.) Jehová aceptó y reconoció esta presentación de su Hijo, ungiéndolo con espíritu santo y diciendo: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo te he aprobado”. (Mr 1:9-11; Lu 3:21-23; Mt 3:13-17.)
Bautismo en agua de los seguidores de Jesús. El bautismo de Juan tenía que ser sustituido por el bautismo que Jesús había ordenado: “Hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo”. (Mt 28:19.) Ese fue el único bautismo en agua que contó con la aprobación de Dios a partir del Pentecostés de 33 E.C. Algunos años después, Apolos, un discípulo que tenía mucho celo e impartía enseñanza correcta sobre Jesús, tan solo conocía el bautismo de Juan. Hubo que instruir a este hombre en este aspecto, lo mismo que hizo Pablo con los discípulos que se encontró en Éfeso. A ellos se les había bautizado con el bautismo de Juan, pero sin duda cuando ya no estaba en vigor, pues Pablo efectuó su visita a Éfeso unos veinte años después de haber expirado el pacto de la Ley. Entonces se les bautizó apropiadamente en el nombre de Jesús y recibieron el espíritu santo. (Hch 18:24-26; 19:1-7.)
El bautismo cristiano requería entender la Palabra de Dios y tomar una decisión consciente de presentarse para hacer Su voluntad revelada, como se demostró en el Pentecostés de 33 E.C., cuando los judíos y prosélitos que se habían reunido en Jerusalén, y que ya tenían conocimiento de las Escrituras Hebreas, oyeron hablar a Pedro acerca de Jesús, el Mesías, con el resultado de que tres mil “abrazaron su palabra de buena gana” y “fueron bautizados”. (Hch 2:41; 3:19–4:4; 10:34-38.) Algunos samaritanos fueron bautizados después de creer las buenas nuevas predicadas por Felipe. (Hch 8:12.) El eunuco etíope, un prosélito judío que, como tal, tenía conocimiento de Jehová y de las Escrituras Hebreas, primero oyó la explicación del cumplimiento de esas Escrituras en Cristo, la aceptó y después quiso ser bautizado. (Hch 8:34-36.) Pedro explicó a Cornelio que “el que le teme [a Dios] y obra justicia le es acepto” (Hch 10:35), y que todo el que pone fe en Jesucristo consigue perdón de pecados por medio de su nombre. (Hch 10:43; 11:18.) Todo esto está en armonía con el mandato de Jesús: “Hagan discípulos [...], enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado”. Es apropiado que se bautice a aquellos que aceptan la enseñanza y llegan a ser discípulos. (Mt 28:19, 20; Hch 1:8.)
En el Pentecostés, los judíos, responsables como pueblo de la muerte de Jesús y conocedores del bautismo de Juan, se sintieron “heridos en el corazón” debido a la predicación de Pedro. Preguntaron: “Hermanos, ¿qué haremos?”, a lo que Pedro contestó: “Arrepiéntanse, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán la dádiva gratuita del espíritu santo”. (Hch 2:37, 38.) Es preciso señalar que Pedro dirigió la atención de ellos a algo nuevo: no al arrepentimiento y al bautismo de Juan, sino a la necesidad de arrepentirse y bautizarse en el nombre de Jesucristo para conseguir el perdón de pecados. No afirmó que el bautismo en sí mismo limpiase los pecados, pues sabía que es “la sangre de Jesús su Hijo [lo que] nos limpia de todo pecado”. (1Jn 1:7.) Más tarde, refiriéndose a Jesús como el “Agente Principal de la vida”, les dijo a los judíos en el templo: “Arrepiéntanse, por lo tanto, y vuélvanse para que sean borrados sus pecados, para que vengan tiempos de refrigerio de parte de la persona de Jehová”. (Hch 3:15, 19.) Así les mostró que lo que supondría perdón de pecados era el arrepentirse de su mal proceder en contra de Cristo y ‘volverse’, aceptándolo. En esta ocasión Pedro no habló del bautismo.
Por lo que se refiere a los judíos, el pacto de la Ley fue abolido sobre la base de la muerte de Cristo en el madero de tormento (Col 2:14), y el nuevo pacto entró en vigor en el Pentecostés de 33 E.C. (Compárese con Hch 2:4; Heb 2:3, 4.) No obstante, Dios continuó extendiendo favor especial a los judíos por tres años y medio, durante los cuales los discípulos de Jesús se concentraron en predicar a judíos, prosélitos judíos y samaritanos. Sin embargo, alrededor del año 36 E.C., Dios le dio instrucciones a Pedro para que fuese al hogar del gentil Cornelio, un oficial del ejército romano, y, al derramar su espíritu santo sobre él y todos los de su casa, le mostró a Pedro que a partir de entonces se podía aceptar a los gentiles para bautismo en agua. (Hch 10:34, 35, 44-48.) Puesto que Dios ya no reconocía el pacto de la Ley con los judíos circuncisos y tan solo aceptaba su nuevo pacto mediado por Jesucristo, ya no consideraba que los judíos naturales, aunque fueran circuncisos, estuvieran en relación especial con Él. Por consiguiente, ya no podían alcanzar una buena posición ante Dios observando la Ley, que ya no era válida, o mediante el bautismo de Juan, que tenía relación con la Ley. A partir de ese momento estaban obligados a acercarse a Dios poniendo fe en su Hijo y siendo bautizados en agua en el nombre de Jesucristo, a fin de tener el reconocimiento y favor de Jehová. (Véase SETENTA SEMANAS [El pacto en vigor “por una semana”].)
Por lo tanto, después de 36 E.C., todos, tanto judíos como gentiles, han disfrutado de la misma posición a los ojos de Dios. (Ro 11:30-32; 14:12.) Las personas de las naciones gentiles no estaban en el pacto de la Ley y nunca habían sido parte de un pueblo que tuviera una relación especial con Dios, el Padre, excepto aquellos a los que se había circuncidado como prosélitos judíos. A partir de ese momento, se les extendía la oportunidad a nivel individual de llegar a ser parte del pueblo de Dios. No obstante, antes de que se les pudiese bautizar en agua, tenían que acercarse a Dios, ejerciendo fe en su hijo Jesucristo. Luego debía seguir el bautismo en agua, según el ejemplo y mandato de Cristo. (Mt 3:13-15; 28:18-20.)
Este bautismo cristiano tiene un efecto vital en la posición de la persona ante Dios. Después de decir que Noé construyó un arca en la que se conservó con vida a través del Diluvio tanto a él como a su familia, el apóstol Pedro escribió: “Lo que corresponde a esto ahora también los está salvando a ustedes, a saber, el bautismo (no el desechar la suciedad de la carne, sino la solicitud hecha a Dios para una buena conciencia), mediante la resurrección de Jesucristo”. (1Pe 3:20, 21.) El arca era prueba tangible de que Noé se había dedicado a hacer la voluntad de Dios y había realizado fielmente la obra que Él le había asignado. Eso hizo posible que conservara la vida. De modo correspondiente, se salvará del presente mundo inicuo a los que se dedican a Jehová sobre la base de la fe en el resucitado Jesucristo, se bautizan en símbolo de esa dedicación y hacen la voluntad de Dios. (Gál 1:3, 4.) Ya no se encaminan a la destrucción con el resto del mundo. Dios les concede una buena conciencia con la esperanza de la salvación.
El bautismo no es para infantes. En vista del hecho de que ‘oír la palabra’, ‘abrazarla de buena gana’ y ‘arrepentirse’ preceden al bautismo en agua (Hch 2:14, 22, 38, 41), y de que el bautismo requiere que la persona tome una decisión solemne, está claro que se debe tener por lo menos suficiente edad para oír, creer y tomar esa decisión. No obstante, algunos defienden el bautismo de infantes. Citan los pasajes donde se dice que se bautizó a ‘casas’, como las de Cornelio, Lidia, el carcelero filipense, Crispo y Estéfanas. (Hch 10:48; 11:14; 16:15, 32-34; 18:8; 1Co 1:16.) Creen que también se bautizó a los niños pequeños de esas casas. Sin embargo, en el caso de Cornelio, los bautizados fueron aquellos que habían oído la palabra y recibido el espíritu santo, y luego hablaron en lenguas y glorificaron a Dios; esas cosas no podían aplicar a niños pequeños. (Hch 10:44-46.) Lidia era una “adoradora de Dios, [...] y Jehová le abrió el corazón ampliamente para que prestara atención a las cosas que Pablo estaba hablando”. (Hch 16:14.) El carcelero filipense tuvo que ‘creer en el Señor Jesús’, lo que implica que los demás de su familia también tuvieron que creer para ser bautizados. (Hch 16:31-34.) “Crispo, el presidente de la sinagoga, se hizo creyente en el Señor, y también toda su casa.” (Hch 18:8.) Todo esto demuestra que el bautismo implicaba oír, creer y glorificar a Dios, cosas que los niños pequeños no pueden hacer. Cuando en Samaria oyeron y creyeron “las buenas nuevas del reino de Dios y del nombre de Jesucristo, procedieron a bautizarse”, pero como especifica el registro bíblico, los bautizados fueron ‘varones y mujeres’, no niños. (Hch 8:12.)
El apóstol Pablo dijo a los corintios que los hijos eran “santos” gracias al padre creyente, lo que no prueba que se bautizara a los niños, sino, más bien, implica lo opuesto. Los hijos menores demasiado jóvenes para tomar esa decisión se beneficiarían del mérito de su padre creyente, no de ningún supuesto bautismo sacramental que le impartiera un mérito independiente. Si hubiera sido apropiado bautizar a los niños pequeños, no hubiesen necesitado que se les extendiese el mérito del padre creyente. (1Co 7:14.)
Es verdad que Jesús dijo: “Cesen de impedir que [los niñitos] vengan a mí, porque el reino de los cielos pertenece a los que son así” (Mt 19:13-15; Mr 10:13-16), pero no se bautizó a los niños. Jesús los bendijo, y no hay nada que indique que el que pusiera las manos sobre ellos fuera una ceremonia religiosa. También mostró que ‘el reino de Dios pertenecía a los que eran así’ debido a que esos niños eran enseñables y confiados, y no al bautismo. A los cristianos se les ordena que sean “pequeñuelos en cuanto a la maldad”, pero “plenamente desarrollados en facultades de entendimiento”. (Mt 18:4; Lu 18:16, 17; 1Co 14:20.)
El historiador de la religión Augustus Neander escribió lo siguiente de los cristianos del primer siglo: “El bautismo de niños era desconocido en este período [...]. No aparecen indicios de bautismo de niños sino hasta un período de tiempo tan tardío como el de Ireneo (c. 120/140-c. 200/203 E.C.) —y con toda seguridad no antes—; y el que este fuese reconocido por primera vez durante el transcurso del tercer siglo como parte de la tradición apostólica es una prueba en contra, más bien que a favor, de su origen apostólico”. (History of the Planting and Training of the Christian Church by the Apostles, 1864, pág. 162.)
Inmersión completa. La definición dada antes muestra con claridad que el bautismo es una inmersión completa y no el mero hecho de derramar o rociar agua. Los bautismos registrados en la Biblia corroboran este hecho. A Jesús se le bautizó en el Jordán, un río de tamaño considerable, después de lo cual “subió del agua”. (Mr 1:10; Mt 3:13, 16.) Juan escogió para bautizar un lugar situado en el valle del Jordán, cerca de Salim, “porque allí había una gran cantidad de agua”. (Jn 3:23.) El eunuco etíope pidió que se le bautizara cuando él y Felipe llegaron a “cierta masa de agua”. En aquella ocasión, ambos “bajaron al agua”, y después se dice que ‘subieron del agua’. (Hch 8:36-40.) Todos estos ejemplos dan a entender que había suficiente agua como para tener que entrar y salir de ella andando, y no un pequeño estanque donde el agua llegase hasta los tobillos. Además, el hecho de que el bautismo también se usa para simbolizar un entierro indica que se trataba de una inmersión completa. (Ro 6:4-6; Col 2:12.)
Las fuentes históricas muestran que los primeros cristianos bautizaban por inmersión. Sobre este tema, el Diccionario de la Biblia (edición de Serafín de Ausejo, 1981, col. 213) dice: “Por el vocabulario mismo [de las Escrituras] se ve que el bautismo se administraba por inmersión”. El Diccionario Enciclopédico Salvat (1967, vol. 2, pág. 577) añade: “El primitivo ritual del BAUTISMO [...] se efectuó en la Iglesia cristiana primitiva por inmersión”.
Bautismo en Cristo Jesús, en su muerte. Cuando fue bautizado en el río Jordán, Jesús sabía que empezaba para él una etapa de sacrificio. Sabía que su ‘cuerpo preparado’ tenía que morir y que habría de hacerlo en inocencia, como un sacrificio humano perfecto cuyo valor serviría de rescate para la humanidad. (Mt 20:28.) Entendía que debía sumirse en la muerte, pero que sería levantado de ella al tercer día. (Mt 16:21.) Por eso, comparó su experiencia a un bautismo en la muerte. (Lu 12:50.) Explicó a sus discípulos que durante su ministerio ya estaba experimentando este bautismo. (Mr 10:38, 39.) Jesús fue completamente bautizado en la muerte el día que murió en el madero de tormento (el 14 de Nisán de 33 E.C.). Este bautismo quedó consumado cuando su Padre, Jehová Dios, lo resucitó al tercer día (el levantarlo formaba parte del bautismo). El bautismo de Jesús en la muerte es, sin duda, distinto de su bautismo en agua. Fue bautizado en agua al principio de su ministerio, y en ese momento dio comienzo su bautismo en la muerte.
Los fieles apóstoles de Jesucristo fueron bautizados en agua según el bautismo de Juan. (Jn 1:35-37; 4:1.) Pero todavía no se les había bautizado con espíritu santo cuando Jesús les indicó que también se les sometería a un bautismo simbólico como el suyo, el bautismo en la muerte. (Mr 10:39.) Por lo tanto, el bautismo en su muerte es algo diferente del bautismo en agua. Pablo dijo lo siguiente en su carta a la congregación cristiana de Roma: “¿O ignoran que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?”. (Ro 6:3.)
Jehová es el responsable de ejecutar este bautismo en Cristo Jesús, así como el bautismo en su muerte. Él ungió a Jesús, convirtiéndolo en el Cristo o Ungido. (Hch 10:38.) Así que lo bautizó con espíritu santo para que por medio de él más tarde sus seguidores también pudieran ser bautizados con espíritu santo. Por lo tanto, los que llegan a ser coherederos con él, aquellos que tienen esperanza celestial, han de ser “bautizados en Cristo Jesús”, es decir, en el Ungido Jesús, quien al tiempo de su ungimiento se convirtió en Hijo de Dios engendrado por espíritu. De este modo llegan a estar unidos a él, su Cabeza, y a formar parte de la congregación que es el cuerpo de Cristo. (1Co 12:12, 13, 27; Col 1:18.)
El proceder de estos seguidores cristianos que son bautizados en Cristo Jesús es un proceder de integridad bajo prueba desde que se les bautiza en él, un enfrentamiento diario con la muerte y, por fin, una muerte de integridad, como explica el apóstol Pablo en su carta a los cristianos romanos: “Por lo tanto, fuimos sepultados con él mediante nuestro bautismo en su muerte, para que, así como Cristo fue levantado de entre los muertos mediante la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. Porque si hemos sido unidos con él en la semejanza de su muerte, ciertamente también seremos unidos con él en la semejanza de su resurrección”. (Ro 6:4, 5; 1Co 15:31-49.)
Cuando escribió a la congregación de Filipos, Pablo aclaró la cuestión aún más, al describir su propio proceder como “una participación en sus sufrimientos, sometiéndome a una muerte como la de él, para ver si de algún modo puedo alcanzar la resurrección más temprana de entre los muertos”. (Flp 3:10, 11.) Solo el Padre celestial Dios Todopoderoso, que es el Bautizante de aquellos a los que se bautiza en unión con Jesucristo y en su muerte, puede consumar este bautismo. Lo hace por medio de Cristo al levantarlos de la muerte para unirlos con Jesucristo en la semejanza de su resurrección a una vida celestial inmortal. (1Co 15:53, 54.)
El apóstol Pablo ilustra que una congregación de personas puede, por decirlo así, ser bautizada o sumergida en un libertador y caudillo cuando dice que la congregación de Israel ‘fue bautizada en Moisés por medio de la nube y del mar’. A los israelitas los cubría una nube protectora y los muros de agua que tenían a cada lado, de modo que, hablando simbólicamente, se les sumergió. Moisés predijo que Dios levantaría un profeta semejante a él mismo; Pedro aplicó esta profecía a Jesucristo. (1Co 10:1, 2; Dt 18:15-19; Hch 3:19-23.)
¿Qué es el bautismo “con el propósito de ser personas muertas”?
Los traductores han vertido de varias maneras el pasaje de 1 Corintios 15:29: “¿Qué harán los que se bautizan por los muertos?” (Val); “por aliviar a los difuntos” (TA); “en favor de los difuntos” (SA, 1972); “en atención a los muertos” (GR); “con el propósito de ser personas muertas” (NM).
Se han dado muchas interpretaciones distintas a este versículo. La más común es que Pablo se estaba refiriendo a la costumbre del bautismo sustitutorio en agua, es decir, bautizar a personas vivas en favor de otras muertas, a modo de sustitución, para beneficiarlas. No es posible probar que existiera tal práctica en los días de Pablo, y no estaría de acuerdo con los textos que especifican con claridad que los que se bautizaban eran los “discípulos”, los que personalmente ‘abrazaban la palabra de buena gana’, los que ‘creían’. (Mt 28:19; Hch 2:41; 8:12.)
La obra A Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, incluye “por”, “en favor de” y “por causa de” entre los significados de la preposición griega hy·pér cuando se usa con palabras en el caso genitivo, como en 1 Corintios 15:29 (revisión de H. Jones, Oxford, 1968, pág. 1857). En algunos contextos la expresión “por causa de” equivale a “con el propósito de”. Ya en 1728 Jacob Elsner notó que diferentes escritores griegos habían dado a la preposición hy·pér con palabras en genitivo un significado de finalidad, es decir, un significado que expresa propósito, y señaló que en 1 Corintios 15:29 esta construcción tiene tal significado. (Observationes Sacræ in Novi Foederis Libros, Utrecht, vol. 2, págs. 127-131.) De acuerdo con esto, la Traducción del Nuevo Mundo emplea la expresión “con el propósito de” para verter hy·pér en este versículo.
Cuando un término puede traducirse gramaticalmente de más de una manera, la correcta es la que armoniza con el contexto. En este caso el contexto (1Co 15:3, 4) muestra que el tema principal tratado es la creencia en la muerte y la resurrección de Jesucristo. Los siguientes versículos presentan prueba de la seguridad de esta creencia (vss. 5-11); consideran las graves implicaciones de negar la creencia en la resurrección (vss. 12-19), el hecho de que la resurrección de Cristo asegura que otros serán levantados de entre los muertos (vss. 20-23) y que todo ello tiene como fin la unificación de toda la creación inteligente con Dios (vss. 24-28). El versículo 29 es, obviamente, parte integral de esta consideración. Pero, ¿de la resurrección de quiénes se trata en el versículo 29? ¿De la de aquellos de cuyo bautismo se habla en el versículo? ¿O es la de alguien que hubiera muerto antes de que tuviera lugar ese bautismo? ¿Qué indican los versículos siguientes? Los versículos 30 a 34 muestran claramente que en el 29 se está hablando de las perspectivas de vida futura de cristianos vivos, y los versículos 35 a 58 aclaran que eran cristianos fieles que tenían la esperanza de vida celestial.
Esto está de acuerdo con Romanos 6:3, que dice: “¿O ignoran que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?”. Como este texto pone de manifiesto, ese no es un bautismo al que el cristiano se somete en favor de alguien ya muerto; por el contrario, es algo que afecta el propio futuro de la persona.
¿En qué sentido, entonces, fueron bautizados aquellos cristianos “con el propósito de ser personas muertas”, o “bautizados en su muerte”? Fueron sumergidos en un proceder de vida íntegro hasta la muerte, como en el caso de Cristo, y con la esperanza de una resurrección como la suya a vida espiritual inmortal. (Ro 6:4, 5; Flp 3:10, 11.) Este no era un bautismo que se realizaba rápidamente, como en el caso del bautismo en agua. Más de tres años después de su bautismo en agua, Jesús habló de un bautismo que en su caso aún no se había consumado y que todavía estaba en el futuro para sus discípulos. (Mr 10:35-40.) Como este bautismo culmina en la resurrección a la vida celestial, debe empezar con la influencia del espíritu de Dios en la persona de tal modo que engendre esta esperanza, y debe terminar, no con la muerte, sino con la realización de la perspectiva de vida espiritual inmortal por medio de la resurrección. (2Co 1:21, 22; 1Co 6:14.)
El lugar de la persona en el propósito de Dios. Debe notarse que el que se bautiza en agua entra en una relación especial como siervo de Jehová, para hacer Su voluntad. La persona no determina cuál va a ser la voluntad de Dios para ella, sino que es Dios quien decide cómo la va a usar y dónde la va a colocar en el contexto de Sus propósitos. Por ejemplo, en el pasado, toda la nación de Israel tenía una relación especial con Dios, era Su propiedad (Éx 19:5), pero solo se seleccionó a la tribu de Leví para desempeñar los servicios en el santuario, y de esta tribu, solo la familia de Aarón constituyó el sacerdocio. (Nú 1:48-51; Éx 28:1; 40:13-15.) Jehová Dios designó exclusivamente a la línea de la familia de David como asiento de la realeza. (2Sa 7:15, 16.)
Del mismo modo, los que se someten al bautismo cristiano llegan a ser propiedad de Dios, sus esclavos, a quienes Él emplea como considera conveniente. (1Co 6:20.) Un ejemplo de lo antedicho lo hallamos en Revelación, donde se hace referencia a un número definido de personas a las que se ‘sella’, a saber, 144.000. (Rev 7:4-8.) Aun antes de la aprobación final, el espíritu santo de Dios sirve como un sello que da a los que son sellados una garantía anticipada de su herencia celestial. (Ef 1:13, 14; 2Co 5:1-5.) También se dijo a los que tienen tal esperanza: “Dios ha colocado a los miembros en el cuerpo [de Cristo], cada uno de ellos, así como le agradó”. (1Co 12:18, 27.)
Jesús llamó la atención a otro grupo cuando dijo: “Tengo otras ovejas, que no son de este redil; a esas también tengo que traer, y escucharán mi voz, y llegarán a ser un solo rebaño, un solo pastor”. (Jn 10:16.) Estas no pertenecen al “rebaño pequeño” (Lu 12:32), pero también tienen que acercarse a Jehová por medio de Jesucristo y ser bautizadas en agua.
La visión dada al apóstol Juan, registrada en Revelación, concuerda con estas palabras de Jesús, pues, después de ver a los 144.000 “sellados”, Juan vuelve sus ojos a “una gran muchedumbre, que ningún hombre podía contar”. Se dice que estos “han lavado sus ropas largas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”, indicando así su fe en el sacrificio de rescate de Jesucristo, el Cordero de Dios. (Rev 7:9, 14.) Por lo tanto, aunque tienen el favor divino —están “de pie delante del trono [de Dios]”—, no son los que Él selecciona para componer los 144.000 “sellados”. La visión sigue diciendo que esta “gran muchedumbre” sirve a Dios día y noche y que Él la protegerá y cuidará. (Rev 7:15-17.)
Bautismo con fuego. Cuando muchos fariseos y saduceos acudieron a Juan el Bautista, él los llamó “prole de víboras”. Habló del que tenía que venir y dijo: “Ese los bautizará con espíritu santo y con fuego”. (Mt 3:7, 11; Lu 3:16.) El bautismo con fuego y el bautismo con espíritu santo no son lo mismo. El primero no podía ser, como algunos alegan, las lenguas de fuego del Pentecostés, porque a los discípulos no se les sumergió en fuego. (Hch 2:3.) Juan dijo a sus oyentes que se efectuaría una división: el trigo sería recogido, después de lo cual se quemaría la paja con un fuego que no se podría apagar. (Mt 3:12.) También mostró que el fuego no sería una bendición o recompensa, sino que se debería a que ‘el árbol no producía fruto excelente’. (Mt 3:10; Lu 3:9.)
Usando el fuego como símbolo de destrucción, Jesús predijo la ejecución de los inicuos que ocurriría durante su presencia con las siguientes palabras: “Pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y los destruyó a todos. De la misma manera será en aquel día en que el Hijo del hombre ha de ser revelado”. (Lu 17:29, 30; Mt 13:49, 50.) Hay otros ejemplos —en 2 Tesalonicenses 1:8, Judas 7 y 2 Pedro 3:7, 10— en los que el fuego no representa una fuerza salvadora, sino destructiva.