Ciro
Fundador del Imperio persa y conquistador de Babilonia. Ha pasado a la historia como “Ciro el Grande”, distinguiéndose así de su abuelo Ciro I.
Según un documento cuneiforme conocido como el Cilindro de Ciro, después de conquistar el Imperio babilonio, este rey dijo: “Soy Ciro, rey del mundo, gran soberano, monarca legítimo, rey de Babilonia, rey de Sumer y Akkad, rey de los cuatro bordes (de la tierra), hijo de Cambises (ka-am-bu-zi-ia), gran soberano, rey de Anšan, nieto de Ciro [I], [...] descendiente de Teispes [...], de una familia (que) siempre (poseyó) realeza”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, págs. 244, 245.) En este registro Ciro aparece como descendiente real de los reyes de Anshan (Anšan), ciudad y región de ubicación incierta, pero que ahora por lo general se cree que estaba situada al E de Elam. Los reyes pertenecientes a este linaje reciben el nombre de aqueménidas, por Aquemenes, el padre de Teispes.
La primera parte de la historia de Ciro II es algo oscura, ya que se depende en buena medida de los relatos un tanto fantásticos de Heródoto (historiador griego del siglo V a. E.C.) y Jenofonte (otro escritor griego de más o menos medio siglo después). Sin embargo, los dos historiadores presentan a Ciro como el hijo del gobernante persa Cambises por su esposa Mandane, hija de Astiages, el rey de los medos. (Historia, de Heródoto, I, 107; Ciropedia, de Jenofonte, I, II, 1.) Ctesias, otro historiador griego del mismo período, niega esta relación consanguínea de Ciro con los medos, pero afirma en cambio que llegó a ser yerno de Astiages al casarse con su hija Amytis.
Ciro sucedió a su padre Cambises I en el trono de Anshan, que estaba sometido al rey medo Astiages. Diodoro (siglo I a. E.C.) sitúa el comienzo del reinado de Ciro en el primer año de la LV Olimpiada, es decir, 560-559 a. E.C. Heródoto relata que Ciro se rebeló contra la autoridad meda, y, debido a la deserción de las tropas de Astiages, consiguió una victoria fácil y capturó Ecbátana, la capital de los medos. De acuerdo con la Crónica de Nabonido, el rey Ishtumegu (Astiages) “convocó sus tropas y marchó contra Ciro, rey de Anshan, con el fin de en[frentarse a él en batalla]. El ejército de Ishtumegu [Astiages] se rebeló contra él y [le] lle[varon] en cadenas a Ciro”. (Ancient Near Eastern Texts, edición de J. B. Pritchard, 1974, pág. 305.) Ciro consiguió la lealtad de los medos, después de lo cual medos y persas lucharon unidos bajo su mando. Con el fin de controlar el sector occidental del Imperio medo, en los años siguientes Ciro avanzó hasta el río Halys (Asia Menor), límite oriental del Imperio lidio.
Seguidamente derrotó al opulento rey Creso de Lidia y capturó Sardis. Luego subyugó las ciudades jónicas y anexionó todo el Asia Menor al Imperio persa. De esta forma, en tan solo unos cuantos años llegó a ser el rival más importante de Babilonia y su rey Nabonido.
Conquista de Babilonia. Ciro por fin se preparó para una confrontación con la poderosa Babilonia, y es en particular a partir de este momento cuando desempeña un papel importante en el cumplimiento de la profecía bíblica. En las palabras proféticas inspiradas registradas por Isaías concerniente a la restauración de Jerusalén y su templo se hizo mención de este gobernante persa como aquel que Jehová Dios había designado para derrocar a Babilonia y liberar a los judíos exiliados. Isa 44:26–45:7.) Aunque esta profecía se registró más de un siglo y medio antes de que Ciro subiera al poder, y pese a que la desolación de Judá evidentemente tuvo lugar antes de que siquiera hubiera nacido, Jehová declaró que Ciro actuaría como su “pastor” a favor del pueblo judío. (Isa 44:28; compárese con Ro 4:17.) En virtud de este nombramiento por anticipado, se llamó a Ciro el “ungido” de Jehová (una forma de la palabra hebrea ma·schí·aj, mesías, y de la palabra griega kjri·stós, cristo). (Isa 45:1.) El que Dios ‘le llamara por su nombre’ (Isa 45:4) con tanta antelación no quiere decir que le diera a Ciro su nombre cuando nació, sino, más bien, que sabía de antemano que un hombre llamado así se levantaría y que Él le llamaría, no de manera anónima, sino directa y específicamente, por nombre.
(Así, sin que él mismo lo supiera, ya que con bastante probabilidad era un seguidor pagano del zoroastrismo, de manera figurada Jehová Dios había estado ‘asiendo su diestra’ para dirigirle o fortalecerle, ciñéndole y preparando y allanando el camino para que llevase a cabo el propósito divino: la conquista de Babilonia. (Isa 45:1, 2, 5.) Al ser Aquel que “declara desde el principio el final, y desde hace mucho las cosas que no se han hecho”, el Dios Todopoderoso había conformado las circunstancias para realizar por completo su propósito. Había llamado a Ciro “desde el naciente”, desde Persia (al E. de Babilonia), donde se construyó su capital favorita, Pasargada, y Ciro habría de ser como un “ave de rapiña”, abalanzándose velozmente sobre Babilonia. (Isa 46:10, 11.) Es de destacar que, según The Encyclopædia Britannica (1910, vol. 10, pág. 454), “los persas llevaban un águila fijada en la punta de una lanza, y el Sol, como su divinidad, también estaba representado en sus estandartes, que [...] custodiaban con gran celo los más valientes del ejército”.
¿Cómo desvió las aguas del Éufrates?
Las profecías de la Biblia relativas a la predicha conquista de Babilonia por Ciro anunciaron que se secarían sus ríos, se dejarían abiertas sus puertas, habría una invasión repentina de la ciudad y los soldados babilonios no ofrecerían resistencia. (Isa 44:27; 45:1, 2; Jer 50:35-38; 51:30-32.) Heródoto habla de un foso ancho y profundo que rodeaba Babilonia y dice que había numerosas puertas de bronce (o cobre) en los muros a lo largo del río Éufrates, que dividía la ciudad en dos partes. Según este historiador (I, 191), cuando Ciro puso sitio a la ciudad, “por medio de un canal dirigió el río hacia el lago [el lago artificial que supuestamente había construido antes la reina Nitocris], que a la sazón era una ciénaga, logrando que el cauce primitivo se hiciera vadeable al descender el nivel del río. Cuando este fenómeno tuvo lugar, los persas que habían sido apostados a tal efecto penetraron en Babilonia por el cauce del río Éufrates, que había bajado de nivel hasta llegarle a un hombre como a medio muslo más o menos. Ahora bien, si los babilonios hubieran sabido de antemano lo que Ciro pretendía hacer o se hubiesen percatado de ello, hubiesen dejado entrar a los persas en la ciudad y hubieran podido causarles una terrible mortandad, pues, con cerrar todas las poternas que llevan al río y subirse ellos a los contramuros levantados a lo largo de las márgenes del mismo, los hubieran cogido como en un buitrón. Pero el caso es que los persas se les presentaron de improviso. Y, debido a la gran extensión de la ciudad, según cuentan los que en ella habitan, cuando ya habían sido tomados los arrabales de la misma, los babilonios que vivían en los barrios del centro no sabían que aquellos habían caído, sino que (como se daba la coincidencia de que estaban celebrando una fiesta) en aquel momento se hallaban bailando y se encontraban en pleno jolgorio, hasta que al fin se enteraron —y perfectamente— de lo que ocurría. [Compárese con Da 5:1-4, 30; Jer 50:24; 51:31, 32.] Así fue tomada, entonces, Babilonia por primera vez”.
Aunque el relato de Jenofonte difiere en algunos detalles, contiene los mismos elementos básicos que el de Heródoto. Jenofonte dice que para Ciro era casi imposible tomar por asalto los poderosos muros de Babilonia, y entonces pasa a contar cómo puso sitio a la ciudad, desviando las aguas del Éufrates en canales. Mientras la ciudad celebraba una fiesta, envió sus fuerzas por el lecho del río, pasando los muros de la ciudad. Las tropas, bajo el mando de Gobrias y Gadatas, sorprendieron a los guardas desprevenidos y consiguieron entrar a través de las mismas puertas del palacio. En una sola noche “la ciudad había sido tomada y el rey muerto”, y los soldados babilonios que ocupaban las diversas ciudadelas se rindieron a la mañana siguiente. (Ciropedia, VII, V, 33; compárese con Jer 51:30.)
El historiador judío Josefo registra el relato que escribió el sacerdote Beroso (siglo III a. E.C.) sobre la conquista de Ciro, como sigue: “En el año decimoséptimo de su reinado [de Nabonido o Nabonedo], Ciro el Persa lo atacó con un gran ejército; y luego de haberse apoderado de todo el Asia, invadió la misma Babilonia. Nabonedo le salió al encuentro, pero fue vencido; entonces con unos pocos buscó salvarse, encerrándose en la ciudad de Borsipo [un suburbio de Babilonia]. Ciro, una vez que se hubo apoderado de Babilonia, dispuso que se destruyeran las defensas exteriores de la ciudad, al ver que la ciudad era insegura de capturar por ser difícil su asedio. De ahí se dirigió a Borsipo, para atacar a Nabonedo, el cual, viendo que no podía soportar el asedio, se rindió. Ciro se portó humanamente con él, le entregó la Carmania para vivir allí, pero lo hizo salir de Babilonia. En cuanto a Nabonedo, habiendo pasado el resto de su vida en esta región, falleció”. (Contra Apión, libro I, sec. 20.) Este relato difiere de los demás sobre todo en lo que concierne a la actuación de Nabonido y la actitud de Ciro para con él. Sin embargo, está en armonía con el registro bíblico, que muestra que Belsasar, no Nabonido, fue el rey asesinado aquella noche. (Véase BELSASAR.)
Aunque las tablillas cuneiformes que han hallado los arqueólogos no dan detalles precisos en cuanto a cómo se produjo la conquista de Babilonia, sí confirman su caída súbita a manos de Ciro. Según la Crónica de Nabonido, en el mes de Tisri (septiembre-octubre) del que resultó ser el último año del reinado de este monarca (539 a. E.C.), Ciro atacó las fuerzas babilonias en Opis y las derrotó. La inscripción continúa: “El día 14 Sippar fue tomada sin combate. Nabonid huyó. El día 16, Gobrias (ugbaru), gobernador de Gutium, y el ejército de Ciro entraron en Babilonia sin combate. Después Nabonid fue apresado en Babilonia, a la que volvió [...]. En el mes de Arahšamnu [Marhesván (octubre-noviembre)], el día 3, Ciro entró en Babilonia”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, pág. 241.) Gracias a esta inscripción se puede fijar la fecha de la caída de Babilonia en el 16 de Tisri de 539 a. E.C., con la entrada de Ciro diecisiete días después, el 3 de Marhesván.
Empieza la dominación mundial aria. Con esta victoria Ciro puso fin a la dominación de los gobernantes semitas sobre Mesopotamia y el Oriente Medio, y fundó la primera potencia mundial de origen ario. El Cilindro de Ciro, documento cuneiforme de tono muy religioso que los historiadores creen que se escribió para ser divulgado en Babilonia, presenta a Ciro atribuyendo su victoria a Marduk, el dios principal de Babilonia, con las siguientes palabras: “Examinó y miró (a través de) todos los países, buscando un gobernante recto dispuesto a llevarle (a saber, a Marduk) (en la procesión anual). (Entonces) pronunció el nombre de Ciro (ku-ra-aš), rey de Anšan, declaróle (lit.: pronunció [su] nombre) para que fuese el gobernante de todo el mundo. [...] Marduk, el gran señor, un protector de su pueblo/adoradores, observó con placer sus buenas obras (a saber, las de Ciro) y su espíritu (lit.: corazón) recto (y, por consiguiente), le hizo marchar contra su ciudad de Babilonia (Ká.dingir.ra). Hizo que emprendiera el camino de Babilonia (DIN.TIRki), yendo a su lado como un verdadero amigo. Sus tropas desplegadas —cuyo número, como el del agua de un río, no puede indicarse—, anduvieron, sin utilizar las armas. Sin dar una batalla, le hizo entrar en su ciudad de Babilonia (Šu.an.na), evitando a Babilonia (Ká.dingir.raki) toda calamidad”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, pág. 244.)
¿Por qué el Cilindro de Ciro explica la caída de Babilonia de manera distinta a como lo hace la Biblia?
A pesar de esta interpretación pagana de los acontecimientos, la Biblia muestra que cuando Ciro proclamó el decreto que autorizaba a los judíos exiliados a volver a Jerusalén y reconstruir el templo, reconoció: “Todos los reinos de la tierra me los ha dado Jehová el Dios de los cielos, y él mismo me ha comisionado para que le edifique una casa en Jerusalén, que está en Judá”. (Esd 1:1, 2.) Por supuesto, esto no significa que Ciro llegó a ser un converso judío, sino simplemente que conocía los hechos bíblicos con respecto a su victoria. En vista de la elevada posición administrativa en la que se colocó a Daniel, tanto antes como después de la caída de Babilonia (Da 5:29; 6:1-3, 28), sería muy raro que Ciro no estuviera informado de las profecías que habían registrado y pronunciado los profetas de Jehová, entre las que se contaba la de Isaías que mencionaba su nombre. En lo que respecta al Cilindro de Ciro, citado antes, se reconoce que otras personas además del rey pudieron haber participado en la preparación de este documento cuneiforme. El libro Arqueología bíblica (de G. Ernest Wright, 1975, pág. 293) habla del “rey o la oficina que redactó la proclama” (compárese el caso similar de Darío en Da 6:6-9), mientras que el Dr. Emil G. Kraeling (Rand McNally Bible Atlas, 1966, pág. 328) llama al Cilindro de Ciro “un documento propagandístico elaborado por los sacerdotes babilonios”. En efecto, puede que se haya redactado bajo la influencia del clero babilonio (véase Ancient Near Eastern Texts, nota 1 al pie de la página 315), que así trataría de explicar el fracaso total de Marduk (también conocido como Bel) y los demás dioses babilonios en salvar la ciudad, llegando incluso al extremo de atribuir a Marduk las cosas que había hecho Jehová. (Compárese con Isa 46:1, 2; 47:11-15.)
El decreto de Ciro para el regreso de los exiliados. Al decretar el fin del exilio judío, Ciro cumplió su comisión como ‘pastor ungido’ de Jehová para Israel. (2Cr 36:22, 23; Esd 1:1-4.) La proclamación se hizo “en el primer año de Ciro el rey de Persia”, lo que quiere decir en su primer año como gobernante de la recién conquistada Babilonia. El registro bíblico de Daniel 9:1 se refiere al “primer año de Darío”, que pudo transcurrir entre la caída de Babilonia y “el primer año de Ciro” sobre esta ciudad. En tal caso, el escritor posiblemente consideró que el primer año de Ciro empezó en la última parte del año 538 a. E.C. No obstante, aun pensando que Darío fuese un virrey sobre Babilonia que hubiera gobernado a la vez que Ciro, la costumbre babilonia hubiera sido considerar el primer año reinante de Ciro desde Nisán de 538 hasta Nisán de 537 a. E.C.
Según el registro bíblico, el decreto de Ciro de libertar a los judíos para regresar a Jerusalén probablemente se promulgó a finales de 538 o a principios de 537 a. E.C. Esto permitiría suficiente tiempo para que los exiliados judíos preparasen su salida de Babilonia, emprendieran el largo y difícil viaje a Judá y Jerusalén (un viaje que pudo durar unos cuatro meses, según Esd 7:9) y se establecieran “en sus ciudades”, en Judá, para el “séptimo mes” (Tisri) de 537 a. E.C. (Esd 3:1, 6.) Este suceso señaló el final de los setenta años de desolación de Judá profetizados, que habían comenzado en el mismo mes de Tisri de 607 a. E.C. (2Re 25:22-26; 2Cr 36:20, 21.)
La cooperación de Ciro con los judíos contrastaba de forma notable con el trato que estos habían recibido de los gobernantes paganos anteriores. Les devolvió los utensilios sagrados del templo que se había llevado Nabucodonosor II a Babilonia, les otorgó permiso real para importar maderas de cedro del Líbano y autorizó el desembolso de fondos de la casa del rey para cubrir los gastos de construcción. (Esd 1:7-11; 3:7; 6:3-5.) Según el Cilindro de Ciro (GRABADO, vol. 2, pág. 332), el gobernante persa siguió en líneas generales una política humanitaria y tolerante para con los pueblos conquistados. De acuerdo con esta inscripción, dijo lo siguiente: “Devolví a (estas) ciudades sagradas, del otro lado del Tigris, cuyos santuarios habían sido ruinas largo tiempo, las imágenes que (solían) vivir en ellas y establecí para ellas santuarios permanentes. (También) reuní todos sus habitantes (antiguos) y (les) devolví sus solares”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, págs. 245, 246.)
Aparte de la proclamación real registrada en Esdras 1:1-4, en la Biblia se habla de otro documento de Ciro, un “memorándum”, que se archivó en la casa de los registros de Ecbátana, en Media, y que se descubrió allí durante el reinado de Darío el persa. (Esd 5:13-17; 6:1-5.) Con respecto a este segundo documento, el profesor G. Ernest Wright dice: “Lleva el título explícito de dikrona, un término oficial arameo para designar un memorial en que se consignaba una decisión oral del monarca y que ponía en marcha una acción administrativa. No estaba destinado a la publicación, sino para que lo tuviera a la vista el funcionario correspondiente, después de lo cual era depositado en los archivos oficiales”. (Arqueología bíblica, pág. 293.)
Muerte e importancia profética. Se cree que Ciro murió en una batalla en 530 a. E.C., aunque los detalles al respecto son algo oscuros. Antes de su muerte, su hijo Cambises II llegó a ser corregente con él, y le sucedió en el trono persa como único gobernante cuando Ciro murió.
Las profecías sobre la súbita caída de Babilonia la Grande registradas en el libro de Revelación recuerdan la descripción de la conquista de Ciro de la ciudad literal de Babilonia. (Compárese Rev 16:12; 18:7, 8 con Isa 44:27, 28; 47:8, 9.) Sin embargo, el rey que comanda las poderosas fuerzas militares a las que se hace referencia inmediatamente después del relato de la caída de la Babilonia simbólica no es ningún rey terrestre, sino la celestial “Palabra de Dios”, el verdadero Pastor ungido de Jehová: Jesucristo. (Rev 19:1-3, 11-16.)