Tumba conmemorativa
Sepultura en la que se colocaban los restos de una persona fallecida con la esperanza de que fuese recordada, en particular por Dios.
Con respecto a las palabras griegas que se usan para referirse a un lugar de sepultura o tumba, A. T. Robertson dice en su obra Imágenes verbales en el Nuevo Testamento (1990, vol. 5, pág. 112): “Taphos (sepulcro) presenta la idea de sepultura (thaptō, sepultar) como en Mt. 23:27; mnēmeion (de mnaomai, mimnēskō, recordar) es [una memoria] (un sepulcro como un monumento)”. Relacionada con mnē·méi·on está la palabra mnḗ·ma, que al parecer tiene un significado correspondiente, y se refiere también a una memoria o registro de un suceso o de una persona muerta, de donde adquiere el sentido de monumento funerario y, posteriormente, de sepulcro. (Véase el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine, 1987, vol. 4, pág. 47.)
Esa clase de tumba podía ser una sepultura excavada en el suelo o, como a menudo era el caso entre los hebreos, una cueva natural o un panteón labrado en la roca. (Compárese con Hch 7:16 y Gé 23:19, 20.) Como se ha visto antes, mientras que la palabra tá·fos (sepulcro) resalta la idea de entierro, las palabras mnḗ·ma (tumba) y mnē·méi·on (tumba conmemorativa) ponen de relieve la idea de conservar el recuerdo del difunto. De modo que estos últimos términos parecen comunicar una idea más concreta de permanencia que tá·fos; están relacionadas con la palabra latina monumentum.
Parece ser que los sepulcros judíos solían edificarse a las afueras de las ciudades, aunque los de los reyes constituían una notable excepción. Todas las referencias a las tumbas en las Escrituras Griegas Cristianas parecen situarlas a las afueras de las ciudades, excepto la referencia a la tumba de David que aparece en Hechos 2:29. Las zonas donde había tumbas a veces eran frecuentadas por dementes y posesos, debido a que estaban aisladas y también a que los judíos las evitaban por causa de su inmundicia ceremonial. (Mt 8:28; Mr 5:5.)
No eran ostentosas. Aunque servían de recuerdo del fallecido, parece ser que las tumbas conmemorativas judías no solían adornarse ostentosamente. Algunas pasaban tan inadvertidas que la gente podía caminar sobre ellas sin darse cuenta. (Lu 11:44.) Aunque la costumbre de los pueblos paganos vecinos era adornar las tumbas tan lujosamente como las circunstancias lo permitiesen, las sepulturas judías más antiguas que se han encontrado se caracterizan por su sencillez. Esto se debía a que la religión judía no les permitía venerar a los difuntos ni fomentaba la creencia en una existencia posterior a la muerte en la región de los espíritus, ideas en las que sí creían los egipcios, cananeos y babilonios. Por lo tanto, aun cuando muchos críticos aseguran que la adoración del pueblo de Israel era desde sus comienzos sincrética, es decir, que combinaba doctrinas contradictorias, y que se desarrolló al añadírsele dogmas y costumbres de cultos anteriores, la resistencia fundamental a tal corrupción religiosa vuelve a demostrarse en la sencillez de sus sepulturas. Con el tiempo, sin embargo, algunos se desviaron. Jesús dijo que en su día los escribas y fariseos tenían por costumbre adornar las tumbas conmemorativas de los profetas y otros. (Mt 23:29, 30.) Debido a las influencias de Grecia y Roma, la tendencia de la clase acaudalada en aquel tiempo era la de hacerse tumbas más pretenciosas.
Las principales tumbas que se mencionan en las Escrituras Griegas Cristianas, aparte de la de Juan el Bautista (Mr 6:29), son la de Lázaro y la de Jesús. La tumba de Lázaro era la típica tumba judía, una cueva con una piedra que obstruía la entrada, que, a juzgar por otras tumbas halladas en Palestina, debió haber sido relativamente pequeña. El contexto indica que se hallaba en las afueras de la aldea. (Jn 11:30-34, 38-44.)
La tumba de Jesús. La tumba que se utilizó para enterrar a Jesús era una tumba nueva que pertenecía a José de Arimatea, y no era una cueva, sino que había sido labrada en una roca situada en un jardín no muy lejos del lugar donde se fijó a Jesús en el madero. La entrada se cerraba con una piedra grande al parecer circular, del tipo que a veces se empleaba en esas tumbas. (Mt 27:57-60; Mr 16:3, 4; Jn 19:41, 42.) Puede que en su interior hubiese salientes en forma de banco labrados en la roca o nichos verticales excavados en la pared, en donde se podían depositar los cuerpos. (Compárese con Mr 16:5.)
Se afirma que la ubicación de la tumba original de Jesús corresponde a uno de dos lugares principales: el lugar tradicional, sobre el que se construyó la iglesia del Santo Sepulcro, o el conocido como la tumba del Jardín, labrado en una gran piedra que sobresale de una colina que aún hoy está fuera de las murallas de la ciudad. Sin embargo, no existe ninguna prueba concreta de que la tumba conmemorativa que albergó el cuerpo de Jesús estuviese en alguno de ellos. (Véase GÓLGOTHA.)
‘Se abrieron tumbas’ cuando Jesús murió. El texto de Mateo 27:52, 53 referente a “las tumbas conmemorativas [que] se abrieron” como resultado de un terremoto que ocurrió cuando Jesús murió ha causado bastante polémica, y hay quien afirma que tuvo lugar una resurrección. Sin embargo, cuando se comparan esas palabras con los textos referentes a la resurrección, se hace patente que estos versículos no hablan de una resurrección, sino simplemente de que los cuerpos fueron arrojados fuera de sus tumbas, un incidente similar a otros que han ocurrido en tiempos más recientes, como en Ecuador en 1949 y en Sonsón (Colombia) en 1962, cuando un violento temblor de tierra arrojó 200 cadáveres del cementerio fuera de sus tumbas. (El Tiempo, Bogotá [Colombia], 31 de julio de 1962.)
En el recuerdo de Dios. En vista de que la palabra mnē·méi·on lleva implícita la idea de recordar, parece especialmente indicado el uso que se hace de ella (en lugar de tá·fos) en Juan 5:28 con respecto a la resurrección de “todos los que están en las tumbas conmemorativas”, y contrasta marcadamente con la idea de rechazar y borrar por completo de la memoria que comunica la palabra Gehena. (Mt 10:28; 23:33; Mr 9:43.) La importancia que los hebreos daban al entierro (véase SEPULTURA) indica el interés que tenían en ser recordados, principalmente por Jehová, en quien tenían fe como el “remunerador de los que le buscan solícitamente”. (Heb 11:1, 2, 6.) Se han hallado muy pocas inscripciones en las tumbas de origen israelita, y las que se han hallado por lo general consisten solo en el nombre. Los reyes más destacados de Judá no dejaron grandes monumentos en los que se grabasen alabanzas a su memoria y hazañas, como fue el caso de los reyes de otras naciones. Por lo tanto, parece evidente que el interés de los hombres fieles de tiempos antiguos se centraba en que su nombre estuviese en el “libro de recuerdo” mencionado en Malaquías 3:16. (Compárese con Ec 7:1; véase NOMBRE.)
La idea básica de recuerdo que se infiere de las palabras griegas originales para “tumba” o “tumba conmemorativa” también añade significado a la súplica del malhechor que fue fijado en un madero al lado de Jesús: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. (Lu 23:42.)