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La Peste Negra: azote de la Europa medieval

La Peste Negra: azote de la Europa medieval

La Peste Negra: azote de la Europa medieval

De nuestro corresponsal en Francia

Corría el año 1347. La plaga que había hecho estragos en el Lejano Oriente había llegado a las inmediaciones del este de Europa.

LOS mongoles asediaban la fortaleza de Kaffa (hoy Feodosia), colonia genovesa de Crimea. Diezmados por la misteriosa afección, levantaron el sitio, pero no sin antes despedirse arrojando mortíferos proyectiles. Con enormes catapultas lanzaron por encima de las murallas los cadáveres aún tibios de los apestados. Algunos defensores genoveses se embarcaron más tarde en galeras, huyendo de la ciudad infectada, de modo que diseminaron el mal por los puertos que visitaron.

En cuestión de meses, la invasión microbiana asoló Europa entera. Se difundió con rapidez por el norte de África, Italia, España, Inglaterra, Francia, Austria, Hungría, Suiza, Alemania, Escandinavia y el Báltico. En poco más de dos años, más de la cuarta parte de la población europea —en torno a los 25.000.000 de almas— sucumbió a la que se ha denominado “la catástrofe demográfica más espantosa que haya conocido la humanidad”: la Peste Negra. *

Las agravantes del desastre

Esta tragedia no tuvo como componente exclusivo la enfermedad. Diversos factores agravaron la mortandad, entre ellos el fervor religioso. La aceptación de la doctrina del purgatorio constituye un ejemplo. “A finales del siglo XIII, el purgatorio estaba por doquier”, señala el historiador francés Jacques le Goff. En los albores del siglo XIV, Dante escribió su influyente obra La Divina Comedia, con sus vívidas descripciones del infierno y el purgatorio. Se propició un clima religioso en el que la gente aceptaba la pandemia con sorprendente apatía y resignación, pues la consideraba castigo de Dios. Como veremos, tal pesimismo potenció su expansión. “Nada pudiera haber aportado un caldo de cultivo más prometedor para la plaga”, indica el libro The Black Death (La Peste Negra), de Philip Ziegler.

Además, se sucedieron varias crisis agrarias en Europa, de forma que su creciente población se hallaba desnutrida y, por ende, con muy débiles defensas biológicas.

La propagación

De acuerdo con Guy de Chauliac, médico privado del papa Clemente VI, se abatían sobre el continente dos tipos de peste: pulmonar y bubónica. He aquí su vívida descripción: “La primera duró dos meses, con fiebre constante y esputos sanguinolentos, y de este mal se moría a los tres días. La segunda se extendió por el resto del período, también con fiebre constante, pero con apostemas [abscesos] y carbuncos en las partes externas, mayormente en las axilas y la ingle. De este mal se moría a los cinco días”. Los doctores contemplaban impotentes su avance.

Dejando atrás a miles de infectados, muchas personas huyeron despavoridas. Entre las primeras hubo buen número de acaudalados nobles y profesionales. Aunque también los acompañaron algunos clérigos, muchas órdenes religiosas se enclaustraron en sus abadías, con la esperanza de no contaminarse.

En medio del pánico, el Papa decretó que 1350 sería Año Santo. Los peregrinos que viajaran a Roma podrían acceder directamente al paraíso sin tener que pasar por el purgatorio. Centenares de miles de fieles respondieron a la convocatoria, extendiendo la infección a su paso.

Vanas tentativas

Todos los intentos de frenar la Peste Negra fracasaron, pues se ignoraba su verdadera forma de transmisión. Eran bien conocidos los peligros del contacto con los afectados e incluso con su ropa; hasta se llegaba a temer su mirada. En Italia, sin embargo, los florentinos atribuyeron el contagio a gatos y perros, de modo que los sacrificaban, ignorantes de que así daban vía libre a una criatura que realmente esparcía la pestilencia: la rata.

Al dispararse el número de bajas, hubo quienes procuraron la ayuda divina. Hombres y mujeres cedieron sus posesiones a la Iglesia con la pretensión de que Dios los amparara del azote, o siquiera los recompensara con la vida celestial si morían. De este modo, la Iglesia acumuló enormes riquezas. Entre los antídotos populares figuraban talismanes, imágenes de Cristo y filacterias. Otras personas cifraron su fe en la superstición, la magia y el curanderismo. Se decía que los perfumes, el vinagre y ciertos bebedizos especiales protegían de la infección. Las sangrías también gozaban de gran prestigio terapéutico. La docta Facultad de Medicina de la Universidad de París llegó al extremo de atribuir el mal a una conjunción planetaria. Pero las explicaciones y “remedios” fantasiosos no detuvieron en lo más mínimo la mortífera dolencia.

Secuelas perdurables

Al cabo de cinco años, parecía por fin que la calamidad iba a remitir. Pero antes de concluir el siglo se producirían cuatro brotes más. De ahí que se la haya comparado, por sus repercusiones, a la I Guerra Mundial. “Entre los historiadores modernos se acepta con unanimidad casi absoluta que la endemia tuvo profundas consecuencias en la economía y la sociedad posteriores a 1348”, señala el libro The Black Death in England (La Peste Negra en Inglaterra), editado en 1996. La mortandad acabó con buena parte de la población, y tuvieron que pasar siglos para que algunas regiones se recuperaran. Como es natural, la reducción de la fuerza laboral encareció la mano de obra. La ruina se abatió sobre prósperos terratenientes, y se derrumbó el sistema feudal, distintivo de la Edad Media.

Por lo tanto, la plaga impulsó cambios políticos, religiosos y sociales. Así, aunque antes de declararse la epidemia las clases cultas de Inglaterra solían hablar francés, el fallecimiento de muchos maestros de esta lengua contribuyó a que prevaleciera el inglés. Entre las modificaciones en el ámbito religioso cabe citarse que la escasez de candidatos al sacerdocio —según indica la historiadora francesa Jacqueline Brossollet— llevó a que “la Iglesia reclutara con frecuencia a ignorantes poco celosos”. De hecho, Brossollet asegura que “una de las causas de la Reforma es la decadencia de los centros [eclesiásticos] de erudición y fe”.

La Peste Negra también dejó una clara impronta en el arte, al convertir la muerte en tema recurrente. Las célebres danzas macabras, en las que se acostumbraba representar esqueletos y cadáveres, se convirtieron en alegoría popular del poder de la muerte. Inseguros del futuro, muchos sobrevivientes se entregaron al desenfreno, lo que conllevó una espantosa relajación moral. “El hombre medieval se sintió decepcionado por su Iglesia”, que no había logrado evitar la epidemia (The Black Death). En opinión de ciertos historiadores, los cambios sociales que desencadenó la Peste Negra fomentaron el individualismo, el espíritu emprendedor y la movilidad social y económica, predecesores todos ellos del capitalismo.

La plaga también estimuló a los gobiernos a instituir sistemas de control sanitario. Al remitir la enfermedad, Venecia dispuso que se limpiaran sus calles. El rey Juan II de Francia, el Bueno, ordenó un saneamiento urbano similar en prevención de la pestilencia. Adoptó esta medida al enterarse de que un antiguo galeno griego había librado a Atenas de la mortandad barriendo y lavando sus vías públicas. Finalmente, se sanearon muchas calles medievales, que eran auténticas cloacas a cielo abierto.

¿Aflicción del pasado?

Pero no fue sino hasta 1894 que el bacteriólogo francés Alexandre Yersin aisló el bacilo causante de la Peste Negra, denominado Yersinia pestis en su honor. Cuatro años más tarde, otro francés, Paul-Louis Simond, descubrió el papel de la pulga (de los roedores) en la transmisión de la enfermedad. Pronto se elaboró una vacuna, si bien tuvo poco éxito.

¿Ha quedado relegada al pasado esta calamidad? No. Durante el invierno de 1910 causó unos cincuenta mil muertos en Manchuria. Cada año, la Organización Mundial de la Salud registra miles de nuevos casos, y el número sigue en alza. Además, se han descubierto nuevas cepas del bacilo que son resistentes a los tratamientos. A menos que se apliquen normas básicas de higiene, este padecimiento persiste como amenaza para el género humano. El libro Pourquoi la peste? Le rat, la puce et le bubon (¿Por qué la peste? La rata, la pulga y el bubón), de Jacqueline Brossollet y Henri Mollaret, concluye que, “lejos de ser una afección medieval de la antigua Europa, la peste [...] pudiera ser, lamentablemente, una enfermedad del futuro”.

[Nota]

^ párr. 5 Los contemporáneos la llamaron la gran pestilencia o la epidemia.

[Comentario de la página 23]

Hombres y mujeres cedieron sus posesiones a la Iglesia con la pretensión de que Dios los amparara del azote

[Ilustración y recuadro de la página 24]

La secta de los flagelantes

Al considerar que la Peste Negra era castigo de Dios, algunos feligreses trataron de aplacarlo flagelándose. La Cofradía de los Flagelantes, movimiento que, según cálculos, llegó a alcanzar los 800.000 integrantes, tuvo su máxima popularidad durante la plaga. Las reglas de esta secta prohibían hablar con las mujeres, lavarse o mudarse de ropa. La flagelación pública se practicaba dos veces al día.

“La flagelación era uno de los pocos desahogos para la población atemorizada”, señala el libro La herejía medieval. Los flagelantes también se destacaron por sus denuncias de la jerarquía eclesiástica, así como por cuestionar la absolución penitencial, práctica que resultaba muy lucrativa para la Iglesia. No es de extrañar que el Papa condenara en 1349 esta secta, que terminó por desvanecerse espontáneamente una vez concluida la epidemia.

[Ilustración]

Los flagelantes pretendían aplacar a Dios

[Reconocimiento]

© Bibliothèque Royale de Belgique (Bruxelles)

[Ilustración de la página 25]

La plaga en la ciudad francesa de Marsella

[Reconocimiento]

© Cliché Bibliothèque Nationale de France (Paris)

[Ilustración de la página 25]

Alexandre Yersin aisló el bacilo causante de la peste

[Reconocimiento]

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