El suicidio: epidemia oculta
El suicidio: epidemia oculta
JOHN Y MARY * rondan los sesenta años y viven en una casita de una zona rural de Estados Unidos. Él se muere lentamente de enfisema e insuficiencia cardíaca congestiva. La esposa no soporta la idea de vivir sin su marido, ni el dolor de verlo consumirse entre ahogos. Ella misma tiene sus dolencias y sufre depresión desde hace años. A John, por su parte, le inquieta que su mujer, que cada vez está más confundida por la enfermedad y los fármacos, haya estado hablando del suicidio y de cuánto la aterra la perspectiva de quedarse sola.
Tienen el hogar repleto de pastillas para el corazón, antidepresivos, tranquilizantes y otros medicamentos. Cierto día, Mary va a la cocina a primeras horas de la mañana y comienza a tomar píldoras y más píldoras hasta que la encuentra su esposo, se las quita de las manos y, rogando a Dios que no sea demasiado tarde, llama a urgencias mientras ella entra en coma.
Datos estadísticos
En los últimos años se han vertido ríos de tinta sobre el incremento en el número de suicidios juveniles. Y con toda razón, pues no hay mayor tragedia que la muerte sin sentido de un joven lleno de vida y con todo el futuro por delante. Pero los titulares no suelen reflejar el hecho de que, en la mayoría de los países, las tasas de suicidio aumentan con la edad, sin importar que el índice total sea bajo o alto, como muestra el recuadro adjunto. Un vistazo a dichas estadísticas revela también la universalidad de esta epidemia oculta.
En 1996, el Centro para el Control de la Enfermedad, de Estados Unidos, señaló que la cantidad de suicidios entre los ciudadanos mayores de 65 años había subido un 36% desde 1980. El aumento obedecía en parte al crecimiento de la población anciana, aunque no era el único factor. En 1996, el índice de suicidios entre los mayores de 65 años también subió (un 9%) por primera vez en cuarenta años. Y si nos centramos en el total de ancianos estadounidenses que fallecen a consecuencia de lesiones, el suicidio es la tercera causa de muerte, superada tan solo por las caídas y los accidentes automovilísticos. Por alarmantes que sean todas estas cifras, pudieran quedarse cortas. “Se sospecha que hay muchos más suicidios de los que indican las estadísticas basadas en los certificados de defunción”, afirma la obra A Handbook for the Study of Suicide (Manual para el estudio del suicidio). Según este libro, hay quienes calculan que las cantidades reales pudieran ser el doble de elevadas que en las citadas estadísticas.
De lo anterior se desprende que Estados Unidos, como tantos otros países, está afectado por la pandemia oculta del suicidio en la tercera edad. El doctor Herbert Hendin, especialista en el tema, señala: “A pesar de que en Estados Unidos el índice de suicidios aumenta de forma progresiva y marcada con la edad, el suicidio de ancianos no ha atraído mucho la atención del público”. ¿Por qué? Según él, en parte porque al haber sido siempre alto, “no ha creado tanta alarma como el aumento drástico de suicidios juveniles”.
Espantosa eficacia
Por estremecedoras que sean las estadísticas, son solo fríos números que no reflejan la soledad que ocasiona la pérdida del cónyuge amado, la frustración de verse privado de la independencia, la angustia de sufrir una dolencia que no acaba de curarse, el vacío de padecer depresión crónica o la desesperación de afrontar una enfermedad mortal. La triste realidad es que mientras muchos jóvenes deciden precipitadamente quitarse la vida por problemas temporales, los ancianos suelen encarar problemas que parecen permanentes e insolubles. De ahí que planeen suicidarse con más resolución que los jóvenes y que lo hagan con espantosa eficacia.
“El suicidio no solo es bastante más frecuente entre los ancianos, sino que al comparar el modo como lo efectúan estos y los jóvenes, hallamos importantes diferencias —indica el doctor Hendin en su libro Suicide in America (El suicidio en Estados Unidos)—. En particular, en la tercera edad es más grave la proporción de intentos de suicidio por cada suicidio consumado. Así, mientras que la población general registra 10 tentativas por 1 consumación, y la juventud (15 a 24 años), 100 por 1, en el caso de los mayores de 55 años la relación es de 1 por 1.”
Sin duda, son estadísticas que ponen a uno a pensar. ¡Qué angustioso es envejecer, perder las energías y sufrir dolores y enfermedades! No es extraño que tantos decidan matarse. Con todo, existen grandes razones para valorar como un tesoro la vida, aun en circunstancias muy difíciles. Veamos lo que le sucedió a Mary, a quien mencionamos en la introducción.
[Nota]
^ párr. 2 Se han cambiado algunos nombres.
[Tabla de la página 3]
Suicidios por cada 100.000 habitantes, según edad y sexo
Hombres/Mujeres de 15 a 24 años
8,0/2,5 Argentina
4,0/0,8 Grecia
19,2/3,8 Hungría
10,1/4,4 Japón
7,6/2,0 México
53,7/9,8 Rusia
23,4/3,7 Estados Unidos
Hombres/Mujeres mayores de 75 años
55,4/8,3 Argentina
17,4/1,6 Grecia
168,9/60,0 Hungría
51,8/37,0 Japón
18,8/1,0 México
93,9/34,8 Rusia
50,7/5,6 Estados Unidos