El “oro rojo” del Mediterráneo
El “oro rojo” del Mediterráneo
DE NUESTRO CORRESPONSAL EN ITALIA
EN UN principio, los especialistas no se ponían de acuerdo en si era una planta o un mineral. Por largo tiempo ha contado con admiradores fascinados por su brillante color. A través de los siglos ha sido utilizado como ornamento, medio de expresión artística, talismán, medicina y hasta moneda. En la actualidad halla su principal aplicación en la joyería. ¿De qué estamos hablando? Del coral rojo del mar Mediterráneo, tan apreciado que se le llama “oro rojo”.
¿Qué es, exactamente, el coral rojo? ¿Dónde y de qué manera se forma? ¿Con qué métodos se ha recogido? ¿Cómo se ha trabajado en el pasado, y cómo se trabaja hoy?
¿Animal, vegetal, o mineral?
Aunque los naturalistas antiguos ya habían descrito lo que es el coral rojo (Corallium rubrum), el método de recolección y los usos que se le daban, no fue sino hasta el siglo XVIII que se llegó al consenso general de que se trataba de la envoltura esquelética de un organismo del reino animal, como es el caso de todos los corales. Lo que pudieran parecer las flores de un árbol en miniatura son en realidad los tentáculos de seres vivos, es decir, colonias de pólipos. Las ramas del coral son sólidas secreciones calcáreas que la colonia utiliza como protección y alcanzan de 25 a 30 centímetros de longitud; en todas ellas, el color es uniforme, si bien es posible hallar distintas tonalidades de rojo. El coral rojo suele crecer sobre cualquier superficie maciza (la roca, un barco hundido o incluso una antigua bala de cañón) en profundidades de hasta 250 metros, pero requiere aguas tranquilas y limpias, con una salinidad relativamente alta y una temperatura entre los 10 y los 29 °C. Se halla en las costas mediterráneas de España, Francia, Italia, Yugoslavia, Albania, Grecia, Túnez, Argelia y Marruecos, así como en las aguas del Atlántico que bañan Marruecos y Cabo Verde. Las colonias jóvenes crecen anualmente de cuatro a ocho milímetros de longitud y un milímetro y medio de grosor.
Apreciado desde la antigüedad
La arqueología atestigua que el coral ha sido cotizado, trabajado y comercializado por muchísimo tiempo, aunque tal parece que, en un principio, la gente se limitaba a recoger las ramas que el mar arrojaba en las playas mediterráneas. Fragmentos de coral rojo, que quizás servían de amuleto, fueron descubiertos en unas antiguas tumbas de Suiza. El coral se contaba entre las joyas de una deidad sumeria; para los egipcios era de gran estima, y los judíos de la antigüedad le conferían el mismo valor que a la plata y el oro escogido (Proverbios 8:10, 11; Lamentaciones 4:7). Los celtas también le atribuían una enorme valía y decoraban con él sus armas y las bridas de sus caballos.
El naturalista romano Plinio el Viejo informa que en el siglo I E.C. se extraía coral rojo en el golfo de León (Francia), en la costa occidental de la península italiana y en torno a la isla de Sicilia, utilizando para ello redes y herramientas cortantes. Se creía entonces que el coral servía de remedio para la fiebre, los cálculos renales y algunas afecciones de los ojos, además de proteger a sus dueños de tifones y rayos.
Para el siglo X E.C., los árabes del norte de África habían inventado un artefacto para recoger coral que consistía en dos travesaños de madera de entre cuatro y cinco metros de largo dispuestos en forma de X, con redes de unos ocho metros de largo colgando del centro y los extremos, y como lastre una piedra pesada. El aparejo se bajaba desde un bote a los bancos de coral y se arrastraba sobre ellos; las ramas se rompían, se enredaban en las redes y eran izadas a la superficie junto con el artefacto. Tanto el método como el instrumento siguieron usándose —con algunas adaptaciones— hasta hace pocos años, cuando se prohibieron por temor a los daños
que pudieran causar al lecho y la fauna marinos, y se optó por utilizar buzos. En teoría, los submarinistas escogen mejor y destruyen menos; pero en la práctica, algunos han demostrado que son capaces de despojar por completo de coral el lecho marino.Tradicional artesanía italiana
Los artesanos de la antigua Roma fabricaban amuletos y cuentas de collares, y esculpían figuras de la mitología o la naturaleza. Para el siglo XII florecía la exportación de cuentas, botones y demás objetos de Génova a Constantinopla y otros puertos del Mediterráneo. En los días de Marco Polo (siglo XIII), la demanda del coral mediterráneo se hallaba en su apogeo en India e Indochina, y los mercaderes árabes lo llevaron hasta China.
De ciudades italianas como Trapani, Nápoles y Génova, entre otras, salían enormes cantidades de ornamentos de acabado liso. Durante los llamados períodos manierista y barroco (del siglo XVI al XVIII) destacaron los productos de Trapani que, con pequeñas figuras de coral engastadas en metal dorado o madera, adornaban todo tipo de objetos: alhajeros, bandejas, marcos de cuadros, espejos y ornamentos de iglesia. Se esculpieron en coral meticulosas representaciones del nacimiento de Jesús, y se cosieron miles de cuentas de coral sobre valiosos ropajes y frontales de altar. Durante el siglo XIX en particular, se creó una vasta colección de adornos personales en todos los estilos y formas: juegos de alhajas, diademas, aretes, dijes, collares, camafeos y broches, así como pulseras talladas en forma de flores, hojas, animales y figuras de aire clásico.
La ciudad italiana de Torre del Greco, en el golfo de Nápoles, se especializa en la transformación del coral rojo; de hecho, se calcula que procesa el 90% del coral rojo del mundo. Hábiles artesanos cortan en trozos las ramas con sierras circulares y trabajan a máquina algunos de ellos para convertirlos en cuentas esféricas. Otros trozos los rebajan a mano hasta conseguir formas y tamaños específicos; entonces los pulen y los montan en anillos, aretes y piezas similares. En el proceso de transformación se pierde la mitad o hasta unas tres cuartas partes de la materia prima, razón por la que el gramo de coral en joyería cuesta más que el de oro.
La industria ha tenido sus momentos de gloria y la oportunidad de amasar grandes fortunas. Lamentablemente, dice el libro Il Corallo Rosso (El coral rojo), también ha atraído a individuos “dominados por el deseo de ganancias fáciles e inmediatas”, capaces de explotar los bancos de coral “hasta su destrucción”. Preocupados por el futuro de este coral y la industria que de él depende, las partes interesadas se han sentido impulsadas a fomentar el aprovechamiento racional de los recursos. Si bien no se considera una especie en peligro de extinción, cada día es más difícil encontrar ramas lo suficientemente grandes con las que los joyeros puedan trabajar. En la actualidad, la industria joyera italiana dedicada al coral recibe también materia prima del Pacífico. En aguas japonesas y taiwanesas se recolectan distintas especies de coral a profundidades de 320 metros, incluso con la ayuda de minisubmarinos y robots teledirigidos. A 2.000 kilómetros de las costas hawaianas, el precioso coral crece a profundidades de hasta 1.500 metros.
Las impresionantes alhajas y figuras de coral atestiguan la habilidad de los artífices que han contribuido a tan distinguida tradición. Y, para quienes valoramos las obras artísticas de nuestro Creador, el “oro rojo” del Mediterráneo es un ejemplo de sus innumerables obsequios para el deleite de la humanidad (Salmo 135:3, 6).
[Ilustración de la página 16]
Collar del siglo XIX, hecho con 75.000 cuentas de coral
[Reconocimiento]
Per gentile concessione del Museo Liverino, Torre del Greco
[Ilustración de la página 17]
Coral vivo
[Ilustraciones de la página 18]
Diadema
Cáliz del siglo XVII
Juego de alhajas
[Reconocimiento]
Todas las fotos: per gentile concessione del Museo Liverino, Torre del Greco
[Reconocimiento de la página 17]
Per gentile concessione del Museo Liverino, Torre del Greco