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Es un trabajo insólito, pero me encanta

Es un trabajo insólito, pero me encanta

Es un trabajo insólito, pero me encanta

EL ZUMBIDO del motor de mi barco rompe el silencio de la mañana mientras dejo atrás el puerto, aún dormido, de Gibsons. Está amaneciendo, lo cual indica que es hora de ir en busca de mi “presa”.

En el litoral occidental de Canadá, muchas personas —yo entre ellas— obtienen sus ingresos de trabajos relacionados con el cultivo y la explotación forestal. Sin embargo, pocos son tan insólitos como el mío: la recuperación de troncos perdidos. Esta ocupación no es nueva. En realidad, algunas familias —como por ejemplo la mía— han efectuado dicha tarea durante cuatro generaciones. Pudiera decirse que reciclábamos antes de que el reciclaje se pusiera de moda. Trabajo en las aguas del fiordo de Howe y el estrecho de Georgia, el cual separa la isla de Vancouver de las costas de Columbia Británica. Esta región es tan solo parte del Vancouver Log Salvage District, extenso sector en el que se lleva a cabo esta labor.

Las compañías madereras suelen transportar por el agua los árboles talados, ya sea en barcazas o arrastrándolos con un remolcador después de haberlos agrupado y rodeado con una cadena de troncos. Utilizar el agua con este fin resulta rentable y, gracias al océano Pacífico, tenemos agua más que suficiente. Ahora bien, hay algunos factores que pueden entorpecer su transporte. El viento y las mareas cambian rápidamente, y se forman tormentas de modo inesperado, por lo que se pierden muchos troncos. Ahí es donde intervenimos los que nos dedicamos a recuperarlos.

Cómo se recuperan los troncos perdidos

Solo los que tenemos autorización para ello podemos recobrar los troncos comercializables que han perdido las barcazas o los remolcadores. Pagamos una cuota anual por el permiso, el cual, cuando se otorga por primera vez, va acompañado de una máquina de marcar que lleva el número de la licencia, exclusivo de cada uno. Cualquier tronco que se halle flotando o varado en la playa bajo la línea de pleamar es recuperable, pero primero le estampamos nuestro número de identificación.

Necesitamos un barco bien equipado, muy diferente a la típica lancha de recreo. Solemos utilizar pequeñas embarcaciones fuertes y resistentes, desde fuerabordas a remolcadores, pero con el casco muy grueso y con unos dientes de hierro en la proa que sirven para empujar los troncos. Siempre llevamos una buena cantidad de perros de sujeción. ¿Qué es un perro de sujeción? Es un gancho metálico que va unido al extremo de una fuerte soga de cuatro metros. Cuando encontramos un tronco, le hincamos bien el gancho y amarramos la soga al poste de remolque del barco. También llevamos todo el equipo de seguridad necesario.

Alguien que comience en este oficio se dará cuenta enseguida de que no es tan sencillo como parece. Nuestra jornada de trabajo empieza al amanecer, sin importar el tiempo que haga ni la época del año que sea. En invierno tal vez tengamos que romper el hielo tan solo para salir del puerto.

¿Dónde encontramos los troncos? Eso depende principalmente de dos factores: las mareas y los vientos. La experiencia dicta que se consulte una tabla de mareas antes de partir por la mañana. Lo mejor es aprovechar la marea alta mientras esta se halla en su fase de máximo ascenso, ya que nos trae más troncos. Además, cuesta menos retirarlos de la playa cuando la profundidad del agua es mayor.

Vivimos pendientes del estado del tiempo. Medimos constantemente la fuerza del viento y vigilamos el cielo, el movimiento de las nubes y el color del agua. El viento del sudeste trae lluvia, mientras que el del oeste suele ir acompañado de cielos despejados pero fuerte oleaje. En invierno, el viento del nordeste, conocido en la localidad como el squamish, presagia temperaturas glaciales, mar embravecido, nieve... y los anhelados troncos perdidos.

Encontrar un tronco flotando e hincarle el perro de sujeción es emocionante, pero aún lo es más retirar los que están varados en la playa. Las rocas ocultas cerca de la superficie del agua pueden romper el casco del barco y ocasionar grandes daños; de ahí que debamos estar alertas.

Remolcamos los troncos que encontramos y los dejamos en zonas protegidas, donde permanecen atados hasta el día asignado de la semana en que los recogemos (entre 50 y 100 troncos) y los llevamos a vender. Se nos paga según su peso y el valor de la madera en el mercado.

Tal vez piense que se trata de una forma tranquila de ganarse la vida, pero no se deje engañar. Este oficio no es para los que se asustan fácilmente, pues entraña muchos peligros. Por ejemplo, quienes no se toman en serio el estado del tiempo pueden pagar un alto precio. Afortunadamente, el fiordo de Howe cuenta con muchos lugares abrigados donde podemos guarecernos de las tormentas. Sin embargo, si por algún descuido cayéramos al mar en invierno, tan solo unos minutos en sus gélidas aguas podrían matarnos. Y todo esto sin contar los perros de sujeción mencionados antes, ¿los recuerda? Pues bien, si no se hincan con fuerza en el tronco, pueden soltarse y salir disparados hacia el barco. Por suerte, estos ganchos solo han golpeado a contadas personas, aunque quienes han pasado por tal experiencia no la olvidan.

Beneficios personales y para el medio ambiente

¿Por qué me gusta mi trabajo? El fiordo de Howe es un lugar muy turístico, por el que suelen verse veleros de distintas clases surcando velozmente las aguas. Y en vista de sus numerosas islas, cuenta con cientos de casas de veraneo y, por consiguiente, circulan por él gran cantidad de lanchas motoras. Además, existen transbordadores que llevan durante todo el día tanto a lugareños como a visitantes. Así pues, en aguas tan transitadas, los troncos que flotan a la deriva suponen un grave peligro; de ahí la importancia de nuestra labor.

Al recuperar los troncos extraviados, contribuimos a la seguridad de quienes navegan por el fiordo. Algunos troncos que llevan en el mar mucho tiempo comienzan a hundirse. A veces, solo sobresalen del agua unos centímetros, por lo que constituyen una seria amenaza para los navegantes. Sin embargo, nosotros todavía podemos recuperarlos y venderlos. Al hacerlo, no solo ayudamos a que el tránsito sea más seguro, sino que limpiamos el entorno.

Me encanta mi trabajo, me parece fascinante. Y es que no hay dos días iguales. Cuando estoy navegando, el escenario natural que me rodea cambia constantemente. He visto imponentes amaneceres en los que el Sol invernal teñía de un rosa deslumbrante las cumbres nevadas. En esos momentos, me agrada sentir la brisa fría y salada del mar.

Los encuentros con la fauna salvaje son bastante frecuentes. Me he topado con nutrias, martas, leones marinos y multitud de focas. También he visto águilas pescando y ciervos nadando de una isla a otra. Es maravilloso ver a una marsopa juguetear en la estela que deja el barco, a las ballenas grises pasar por al lado de uno o a grupos de orcas surcando las olas.

Mi abuelo se inició en este oficio en la década de 1930 e inculcó en sus hijos el amor al mar y su afición a rastrear las playas en busca de restos útiles o vendibles. Mi padre, a su vez, nos enseñó a mis hermanos y a mí a amar y respetar esta profesión, así que, cuando tuve edad para ello, opté por seguir sus pasos. Desde luego, el trabajo no es lo más importante en mi vida: lo primero es mi servicio a Dios, algo mucho más gratificante. Sin embargo, he tenido la suerte de disfrutar por casi cincuenta años con el trabajo que hago. Todavía espero con intenso anhelo el momento de salir en busca de troncos.

Mi familia también me acompaña. Algunas cálidas tardes de verano nos embarcamos y rastreamos una playa. Cuando llevamos los troncos a puerto, una imponente puesta de sol ilumina la estela que dejamos en el mar, los graznidos de las gaviotas cortan el aire, y las primeras luces centellean en la costa. En esos momentos, me embarga una sensación de paz y de unidad con el Creador. Creo que esta es la principal razón por la que amo mi trabajo.—Colaboración.

[Ilustración de la página 10]

Asegurando un tronco varado en la playa

[Ilustraciones de la página 10]

Los encuentros con la fauna salvaje son bastante frecuentes

[Ilustración de la página 11]

En el fiordo de Howe, la compraventa de troncos no se interrumpe ni siquiera en invierno