Se puede combatir el pesimismo
Se puede combatir el pesimismo
¿CÓMO ve usted los reveses de la vida? Muchos expertos creen que la respuesta a esa pregunta dice mucho de si somos optimistas o pesimistas. Todos tenemos dificultades en la vida, unos más que otros. No obstante, ¿por qué algunas personas parecen superar los reveses con ánimo, listas para seguir adelante, mientras que otras renuncian a su empeño ante el mínimo obstáculo?
Por ejemplo, imagínese que está buscando empleo. Va a una entrevista, y no le conceden el puesto de trabajo. ¿Cómo se siente? Puede tomarlo como algo personal y verlo como un problema permanente, y pensar: “Nadie contrataría a alguien como yo. Jamás conseguiré empleo”. O, peor aún, pudiera permitir que este único revés influyera en todo aspecto de su vida y lo llevara a pensar: “Soy un completo fracaso. No sirvo para nada”. Ambas reacciones denotan un patente pesimismo.
Cómo combatirlo
¿Cómo evitar que nos embargue el pesimismo? Lo primero, y muy importante, es aprender a reconocer esos pensamientos negativos. Lo siguiente es luchar contra ellos. Busque otras explicaciones razonables. Por ejemplo, ¿será cierto que no lo aceptaron porque nadie contrataría a alguien como usted, o puede que simplemente se debiera a que la empresa buscaba a una persona con otro tipo de preparación?
Piense en hechos concretos e identifique los pensamientos pesimistas que pudieran calificarse de reacciones exageradas. ¿Significa el que nos hayan rechazado en una ocasión que somos un completo fracaso, o podemos pensar en otros ámbitos de nuestra vida —como las actividades espirituales, las relaciones familiares o las amistades— en los que nos desenvolvemos bastante bien? Evite el catastrofismo, pronosticando finales desastrosos para cualquier situación. Al fin y al cabo, ¿podemos tener la certeza de que jamás encontraremos empleo? También existen otras vías para rechazar los pensamientos negativos.
Actitud positiva tocante a las metas
En los últimos años, los investigadores han optado por definir la esperanza de una
manera interesante, si bien algo restringida: dicen que consiste en creer que podremos alcanzar nuestras metas. Como se mostrará en el siguiente artículo, la esperanza es mucho más que eso, pero esta definición nos ayuda de varias maneras. Por ejemplo, si nos centramos en este aspecto de la esperanza, podremos desarrollar una actitud más positiva tocante a las metas.Para creer que podremos alcanzar nuestras metas futuras, necesitamos tener la costumbre de ponernos metas y alcanzarlas. Si nos damos cuenta de que no tenemos esa costumbre, valdría la pena pensar seriamente en la clase de objetivos que nos fijamos. En primer lugar: ¿tenemos algún objetivo? Es muy fácil quedar atrapados en la rutina y el ajetreo de la vida sin detenernos a pensar en lo que realmente queremos de la vida, en lo que tiene más importancia para nosotros. Tocante a este principio práctico de establecer prioridades específicas, la Biblia ya aconsejó hace mucho tiempo que ‘nos aseguráramos de las cosas más importantes’ (Filipenses 1:10).
Una vez establecidas nuestras prioridades, resulta más fácil escoger algunos objetivos clave en diversos campos, sea en nuestras actividades espirituales, familiares o seglares. Pero es esencial que al principio no nos pongamos demasiadas metas y que escojamos aquellas que podamos alcanzar fácilmente. De lo contrario, podríamos desanimarnos y darnos por vencidos. Por consiguiente, suele ser mejor dividir las metas complejas y a largo plazo en otras más sencillas y a corto plazo.
Según un antiguo dicho, querer es poder. Y es bastante acertado. Tras escoger nuestros principales objetivos, necesitamos la fuerza de voluntad —el deseo y la determinación— para luchar a fin de alcanzarlos. Podemos fortalecer dicha determinación meditando en el valor de nuestras metas y en los beneficios que obtendremos al alcanzarlas. Y aunque lógicamente surgirán obstáculos, debemos verlos como retos en lugar de como impedimentos.
Ahora bien, también hemos de pensar en maneras prácticas de lograr nuestras metas. El autor C. R. Snyder, quien ha efectuado un extenso estudio sobre el valor de la esperanza, propone que se piense en diversas maneras de alcanzar un objetivo dado. De ese modo, si una manera no produce los resultados deseados, podremos recurrir a otra y a otra hasta alcanzar nuestro objetivo.
Snyder también recomienda que sepamos determinar cuándo cambiar una meta por otra. Si no logramos alcanzar nuestro objetivo por ningún medio, el que le demos vueltas al asunto solo nos desanimará. En cambio, si lo reemplazamos por otro más realista, tendremos algo más en lo que cifrar nuestra esperanza.
En la Biblia encontramos un instructivo ejemplo al respecto. El rey David anhelaba construir un templo para su Dios, Jehová, pero Él le dijo que sería su hijo Salomón quien tendría ese privilegio. Ante aquella decepcionante situación, David no se molestó ni trató de persistir en su deseo, sino que cambió sus objetivos. Centró sus energías en recoger los fondos y los materiales que su hijo necesitaría para construir el templo (1 Reyes 8:17-19; 1 Crónicas 29:3-7).
Ahora bien, aun si conseguimos aumentar la esperanza combatiendo el pesimismo y cultivando una actitud positiva tocante a las metas, puede que todavía estemos muy faltos de esperanza. ¿Por qué? Debido a que mucha de la desesperanza que nos afecta procede de factores sobre los que no tenemos ningún control. Cuando pensamos en los angustiosos problemas que afligen a la humanidad —la pobreza, las guerras, las injusticias, la constante amenaza de la enfermedad y la muerte—, ¿cómo podemos mantener el optimismo?
[Ilustración de la página 7]
Si no le dan el puesto de trabajo que desea, ¿concluye que jamás conseguirá empleo?
[Ilustración de la página 8]
El rey David fue flexible con sus metas